La actual crisis económica es mi primera gran crisis. Como asturiano, viví como niño (generación del 71) la reconversión de la siderurgia y la angustia de nuestros mayores al comprobar el incierto futuro que les esperaba a sus hijos. Caían palos por todas las partes: Ensidesa, en el Naval, la minería, el campo, la mar...
Durante años, los medios de comunicación se abrían y cerraban con ajustes y reconversiones, cifras de paro que alimentaban un pesimismo vital mientras la epidemia de la heroína destrozaba la vida de cientos de jóvenes.
Suficiente angustia y dolor para que la palabra crisis se grabase con fuego en el adn y generase un estado existencial para los asturianos, parte de nuestro patrimonio espiritual. Tal parecía que la propia vida era sinónimo de crisis, de incertidumbre.
Así, el constipado de los 90 lo vivimos como la prolongación natural de los episodios de nuestra infancia, la reafirmación de la crisis eterna. Y el estallido de las puntocom fue una especie de serial televisivo donde, a diferencia de las ficciones, unos pocos jugaban con dinero de verdad y lo perdían.
Cuando todo parecía ir bien y comenzábamos a descubrir que se podía vivir sin crisis, nos llega este baile, al crisis ninja, la crisis de 2008, la de la refundación del capitalismo y Zapatero aspirando para estar en el G20. Y, de repente, uno se encuentra como un actor de reparto en medio del drama, repitiendo el papel de nuestros padres: trabajar de sol a sol, angustia por los ahorros, animar a los compañeros con ERE, soñar con un futuro mejor... Procurar, como hicieron ellos, capear el temporal. Superando, a duras penas, la que será mi primera gran crisis económica.
Durante años, los medios de comunicación se abrían y cerraban con ajustes y reconversiones, cifras de paro que alimentaban un pesimismo vital mientras la epidemia de la heroína destrozaba la vida de cientos de jóvenes.
Suficiente angustia y dolor para que la palabra crisis se grabase con fuego en el adn y generase un estado existencial para los asturianos, parte de nuestro patrimonio espiritual. Tal parecía que la propia vida era sinónimo de crisis, de incertidumbre.
Así, el constipado de los 90 lo vivimos como la prolongación natural de los episodios de nuestra infancia, la reafirmación de la crisis eterna. Y el estallido de las puntocom fue una especie de serial televisivo donde, a diferencia de las ficciones, unos pocos jugaban con dinero de verdad y lo perdían.
Cuando todo parecía ir bien y comenzábamos a descubrir que se podía vivir sin crisis, nos llega este baile, al crisis ninja, la crisis de 2008, la de la refundación del capitalismo y Zapatero aspirando para estar en el G20. Y, de repente, uno se encuentra como un actor de reparto en medio del drama, repitiendo el papel de nuestros padres: trabajar de sol a sol, angustia por los ahorros, animar a los compañeros con ERE, soñar con un futuro mejor... Procurar, como hicieron ellos, capear el temporal. Superando, a duras penas, la que será mi primera gran crisis económica.