miércoles, 6 de junio de 2007

Estos de la Eta

Estos de la Eta son triplemente tontos, con perdón para los tontos. Ahora se descuelgan con un comunicado diciendo que rompen la tregua. O sea, que ahora nos enteramos que el atentado de la T-4 no fue un atentado. ¿Qué sería? Entran ganas de escribir muchas estupideces y, si no hubiera dos muertos, uno las pondría. El comunicado de Eta demuestra que, además de asesinos y mafiosos, son racistas porque conceden a los dos inocentes muertos un status diferente, no los tiene en cuenta. Tampoco cuenta el atentado fallido contra un candidato del PSE en los pasados comicios.
Bueno, esta pandilla de asesinos fascistoides lograron lo que querían. Sus post en Internet, las páginas en los periódicos y los minutos en la radio y televisión. Pueden estar satisfechos mientras piensan en qué nunca de nosotros, los inocentes, van a disparar dentro de un rato, de un día o cuando puedan.
Y, mientras tanto, a los españoles nos queda esperar la reacción del gobierno. Afortunadamente estos días he desconectado del mundo y no sigo mucho la actualidad. Así que me inquieto poco al ver desde la lejanía que Zp ni contesta ni se le espera. Ya tendré tiempo a temblar cuando regrese a la realidad. A ver si en este tránsito, el inquilino de La Moncloa se da cuenta que el momento de hacer cosas excepcionales es ahora, cuando el viento sopla en contra.

Autores y el centollo

Lo escuché en la radio y, como tal, lo escribo. En Oviedo ya han bautizado al edificio de Calatrava, del que ya he escrito algo en esta bítácora. Lo llaman el centollo.
Un oyente se pone en contacto con una tertulia. Regenta una peluquería en Ibiza y, asegura, escuchan todo el día la radio. La Sociedad General de Autores les obliga a pagar seis euros mensuales por los derechos de autor, sin que la emisora reciba ni un céntimo por los informativos y programas de entretenimiento. Al tiempo, desde la emisora se asegura que ellos también pagan a la Sociedad de Autores por emitir música. A este paso la Sociedad de Autores cobrará a los propios intérpretes, pues escuchan su música al tiempo que la interpretan. ¡Qué estrecho es el límite entre la justicia y la imbecilidad!

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