martes, 9 de agosto de 2011

Una España amargada y triste

Cuando los tropas de la OTAN liberaron Kabul, uno de los primeros reflejos de la libertad fue que los afganos retomaron la costumbre de volar sus cometas. Era una práctica habitual en Kabul, el pasatiempo preferido por cientos de personas y que los talibanes, en su rigurosa interpretación de las normas islámicas, lo prohibieron tajantemente.
La próxima visita de Benedicto XVI ha despertado el habitual sarpullido anticatólico en España, un ezcema veraniego donde no faltan las habituales voces incluso dentro de la Iglesia.
Y uno, que se encuentra entre quienes se alegran por la visita de Su Santidad, ha dedicado su tiempo a construir el país que se quiere levantar según esas críticas.
Rechazan la visita del Papa porque España es un estado aconfesional, siendo El Vaticano un gobierno no democrático. O sea, que haríamos un país donde la religión mayoritaria sería reprimida por una minoría de ¿iluminados? Que, eso sí, pondrían una aduana democrática. No aceptaríamos dirigentes de ningún país africano, algunos americanos, como Cuba o Venezuela, y la mayor parte de Asia.
Seguimos, otro argumento es que la estancia papal costaría mucho dinero para una actividad de ese tipo. En coherencia, deberíamos suprimir todas las fiestas patronales (no dejan de celebrar a la divinidad) y se gasta el dinero, y, de paso, nos cargamos los Juegos Olímpicos y Mundiales, puesto que vienen países no democráticos. Habida cuenta que el gran problema es el derroche económico suprimimos todas las actividades que no se rentabilicen. ¿Donde está la rentabilidad del Festival Aéreo de Gijón o el Descenso de Galiana, por citar dos ejemplos próximos? ¿Es rentable que el Estado invierta en espacios para el ocio de los pequeños? Igual no... Adiós competiciones deportivas. Y que nadie ose festejar el triunfo de su equipo en una competición nacional o internacional (no en todas, sólo en las que participen Estados democráticos?
Y así, poco a poco, esas voces minoritarias logran un país que me recuerda al Kabul de los talibanes, donde el ocio y la diversión son prohibidos por ley. Una España amargada, triste; tal vez encerrada en sí misma. Ese parece ser el ideal que les mueve frente al país abierto al mundo, gozoso y que celebra la vida que se encontrará Benedicto XVI.
 

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