miércoles, 1 de abril de 2009

La Escuela de Minas

No sé el motivo, pero cada vez que veo a Gabino de Lorenzo apoyando algo en público y con ardor siento que yo tengo que estar en el bando contrario. Y cuando levanta la bandera del oviedín del alma, más aún. Hasta que encuentre la excepción que confirme la regla, mantendré ese criterio.
Me pasó cuando criticaba el metrotrén, que me parece una solución muy interesante para los problemas de comunicación de Oviedo, cuando le pusimos en su sitio con lo del Niemeyer y ahora con el traslado de la Escuela de Minas a Oviedo.
No deja de ser hasta cierto punto paradójico que en la organización de una actividad, como es la Universidad, dedicada al conocimiento y el saber, prime, sobre todo, la irracionalidad, los caprichos y la ausencia de planificación. La actual dispersión de los centros es una barbaridad que dispara los costes y resta eficacia y eficiencia a la Universidad de Oviedo, que ya no es de Oviedo sino de todo Asturias. Hay libros que se deben comprar tres o cuatro veces, no por su demanda, sino para situarlos en bibliotecas diferentes. Hay gastos que se disparan al contar con varias sedes y no con un campus central o único... Ya estamos muy lejos de corregir esta deriva, pero llevar Minas a Mieres es una buena solución, una organización lógica por encima de algunas molestias. De acuerdo, que es un palo que los profesores no vayan a clase caminando y tengan que ir en tren. Pero es lo que hay.
En vez de poner piedras en el futuro de Asturias, Gabino de Lorenzo debería aportar su grano de arena, dejar de llorar, abandonar sus complejos de alcalde paleto y buscar un buen uso para ese solar que se liberará en el centro de Oviedo. ¿Un nuevo parque? No estaría mal ¿Ampliar el Reconquista? Desde luego mejor que la recalificación pura y dura.

En blanco

-A Velda Rae, gracias por la iniciativa
En blanco aparece la inscripción del nombre en la plantilla del Registro Civil. Ya hay quien ha escrito que un nombre es un destino. Posiblemente, la afirmación sea una exageración, aunque no cabe duda que, hoy en día, llamarse Napoleón imprime más carácter que Fernando, por poner un ejemplo.
En blanco aparecen todas las líneas de la vida, los nombres y las estrellas, los recuerdos y los deseos. La tinta amarga de nuestros actos conformará la caligrafía extraña de nuestra existencia: los actos nobles y mediocres, las idas y las vueltas, las subidas y bajadas, los momentos gloriosos y aquellos que nunca podremos olvidar por mucho que lo intentemos.
Y blanco es el color del mármol de nuestras tumbas. Aunque, por eso no de no faltar al espíritu de contradicción del ser humano, siempre habrá quien prefiera lápidas negras. Pero yo prefiero las blancas, para que se vayan oscureciendo con el tiempo, con las lágrimas y la memoria, para que al final, el refugio de todos nosotros, sea el corazón de quien nos amó y quien nos Ama

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