lunes, 1 de octubre de 2007

La guerrillera holandesa

Hace unas semanas, las tropas colombianas atacaron un campamento de las FARC en la selva. Los guerrilleros lograron huir, pero en su marcha apresurada olvidaron en el campamento diferentes materiales. Entre ellos, videos de su actividad y el diario de una joven holandesa que cambió la comodidad europea por la lucha en la selva.
En sus páginas, la guerrillera lamenta no haber entrado en combate y no haber tenido la oportunidad de matar a nadie. Su actividad militar se limita a patrullar y tareas de vigilancia, se queja ante el asombro de quienes concedemos a la vida humana un valor supremo. Se queja de los comportamientos machistas de los mandos y se muestra cansada y hastiada de todo lo que le rodea, tan lejos de la revolución que soñó con hacer.
Y si, es bonito soñar con un nuevo mundo, una sociedad más justa, pero lo realmente heroico es conseguirlo desde la normalidad, desde el día a día del trabajador, del empresario que trata de ser honrado, desde nuestra vida humana. Quien desea matar para cambiar el mundo no puede sino estar muerto a la sensibilidad humana, al deseo de paz que late en todos los corazones. O, al menos, debería latir. La banalidad del mal se cuela entre nuestros pensamientos y vemos como normal lo que debe ser excepciona. Convertimos la vida en un videojuego, donde matar es cuestión de apretar un botón y, con el reset, resucitamos. Pero no, la vida no es así y no tenemos reset ni segundas oportunidades. Cobran fuerza ese pensamiento de C.S. Lewis que indica que el mayor triunfo del diablo es hacer lograr que nos olvidemos de él.

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