lunes, 3 de septiembre de 2007

Los sin nombre

Aún no tienen nombre, pero el partido político, coalición o cualquiera que sea la fórmula jurídica escogida por Fernando Savater, Rosa Díez, Carlos Martínez Gorriarán y unos cuantos miles de españoles más ya ha hecho un gran servicio a unos cuantos miles de ciudadanos, posiblemente a todo nuestro sistema político. O, sin ser pretencioso, al menos a uno, a mí. Me (nos) ha (han) devuelto la ilusión de la política.
Cierto que el actual sistema político español, con sus circunscripciones provinciales hace muy difícil conseguir una representación en el parlamento acorde con el número de votos si estos, aun siendo muchos, se encuentran disgregados por todo el país. El caso de IU es el ejemplo más sangrante de una situación que no interesa modificar a las dos grandes mayorías que se perpetúan en el poder y controlan el cotarro.
En esta situación, quienes no militamos en la extrema izquierda o en el nacionalismo, nos vemos abocados a la abstención, el voto blanco o el nulo cuando el hartazgo de las trapichondas de los grandes nos alejan de unas urnas a las que sólo nos acercan convicciones democráticas. Y cada vez más a duras penas.
Y, en medio de este marasmo, con unas elecciones generales a la vuelta de la esquina y con la duda del voto nulo o dedicar ese día a la tortilla en el campo gracias al espectáculo bochornoso de estos últimos cuatro años: un PP incapaz de asumir su derrota electoral y dando más valor a las palabras de ETA que a las del gobierno y del que conocemos mejor sus peleas sucesorias que el programa de gobierno; un PSOE que olvidó las buenas palabras de la noche electoral para entregarse a una deriva nacionalista de la que nunca nos había avisado; una IU al borde de la balcanización... En este panorama, un grupo de ciudadanos levanta la bandera de la moderación y se lanza al ruedo para ofrecernos una alternativa.
El resto es difícil, titánico. Quienes han montado un partido político siempre comenta las complejas y burocráticas tareas a las que se enfrentan. La propia dinámica del sistema favorece que lo que hoy se presenta como una iniciativa regeneradora termine con idéntica estructura y vicios que ahora quiere transformar. Y luego están los compañeros de viaje, los rebotados de otros partidos que se suben al nuevo barco para hacer una carrera que, hasta el momento, no lograron, los intereses ocultos...
Sí, la tarea es difícil y el fracaso no debe extrañar a nadie. Pero aunque sólo sea por la ilusión generada y el mensaje de advertencia hacia los aparatos de los grandes partidos, la necesidad de que recuperen el centro, por esos dos logros ya pueden sentirse orgullosos y saber que ha merecido la pena.

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