Pienso en una Europa sin nacionalismos egoístas, en la que sus naciones se consideren centros vivos de una riqueza cultural que sea considerada digna de recibir protección y promoción para beneficio de todos. Pienso en una Europa en la que los logros de la ciencia, la economía y el bienestar social no se dirigen a un insensato consumismo sino que están al servicio de toda persona necesitada y de la ayuda solidaria de otros países que tratan de conseguir el objetivo de la seguridad social.
Ojalá Europa, que en la historia ha sufrido tantas guerras sangrientas, llegua a ser un agente activo de paz para el mundo. Pienso en una Europa cuya unidad esté basada en la libertad verdadera. La libertad religiosa y las libertades sociales han madurado como frutos preciosos en el humus del cristianismo.
Juan Pablo II, Discurso de recepción del preimo Carlomagno;
Aquisgrán, marzo de 2004