-Buenas,
¿quién es el último?
-Yo.
La sala de espera de la oficina de la Seguridad Social
es lo suficientemente amplia para que todo el mundo aguarde sentado.
Los funcionarios agilizan los trámites en la medida de lo que
pueden. Aquellos que acuden acompañados matan la espera
cuchicheando; otros miran la infinito, con aire de distraído. Hay
quien no para de hablar por el móvil, o jugar con él. Los menos
leen. Siempre pasa en este país. Casi parece que leer produce
vergüenza y se debe hacer a escondidas, no vaya a ser que te señalen
con el dedo.
A periodos irregulares de tiempo suena un timbre. Al
tiempo, un panel electrónico se ilumina con una clave. Su dueño
pasa a una mesa. Nadie sabe quien es el dueño hasta que éste se
levanta. Ni el algoritmo que determina la clave. Puedes llevar
esperando tres horas y se levanta uno recién llegado. El algoritmo
lo explica todo. La persona llega, aprieta un botón y sale la clave
definida por el algoritmo. Si estudiaste algo y sabes lo que son las
matemáticas, es posible que entiendas qué es eso del algoritmo y
cómo puede influir en tu destino. Pero la mayoría no sabemos nada
de matemáticas y, posiblemente, ni con la clase particular a la que íbamos para lograr aprobarlas, lo hubiésemos entendido. Pero
asumimos que es cosa del algoritmo, como otros asumirán que es cosa
del destino-
El dueño del papel se acerca al funcionario y le
explica que su espera ha sido un poco inútil porque ahora puede
solicitar su vida laboral en la entrada. No es ha sido inútil del
todo, porque ha descubierto donde puede solicitar la vida laboral, lo
que antes no sabía y, de haberlo sabido, le hubiera evitado ese rato
de espera.
Así que regresa al lugar del inicio y pregunta por el
último, que se identifica levantando la mano y el interrogador se
sienta, sacar una revista y la abre para leer esperando a que el
último acceda al ordenador y solicite su vida laboral. Lee y, de vez
en cuando, levanta la vista para controlar al último. Eso no es
leer, es pasar el tiempo, se dice, pero, por lo menos, no se aburre
hasta que el último se levanta, se va al ordenador y se marcha. Es
su momento. Se levanta y camina hacia el ordenador hasta que un
compañero de espero le da el alto.
-Espere, usted no es el último. El último se ha ido.
-No, perdone, el último soy yo. Llegué, pregunté
quién era el último y me dijo que era ese señor que se acaba de
ir. Luego él último soy yo. El que se fue es el penúltimo.
-No, el último soy yo. El que se fue no era el último,
porque el último soy yo.
-Ya, pero usted llegó y se sentó. No dijo nada ni
preguntó. Yo era el último y no le di la vez. Yo soy el último. Y
me corresponde sacar la vida laboral.
-No, el último soy yo. Yo llegué.
-Claro que llegó. De no haber llegado, no estaría
aquí. Pero yo llegué pregunté, un señor, que se acaba de ir me
dijo que era el último y esperé mi turno.
-Ya, pero yo llegué y nadie me dijo nada.
-Es cierto, pero usted llegó y ninguno de los que
estábamos aquí sabíamos si iba a esperar o para qué.
-Ya, ¿por qué tienes que saber quien están
esperando?
-Pues para guardar el turno, dar la vez; por ejemplo. Es
muy útil para estas cosas.
-Señores, por favor, bajen la voz. Hay una persona
intentando hacer gestiones por teléfono.
-Y nosotros estamos intentando dilucidar quién es el
último en la fila.
El guarda de seguridad decide intervenir, tomar las
riendas del asunto para aclarar quien es el último. Aunque ese no es
el debate. La verdadera cuestión es determinar cual de los dos tiene
el derecho a usar al ordenador. Si logra reestablecer el orden en la
cola, evitará un problema.
-A ver, después del chico que se acaba de ir, ¿quién
va?
-Yo, asegura el último silencioso; acabo de decir que
era el último.
-Yo, afirma el último que intentaba leer la revista
exhibiendo el papel con el número como el pasaporte después de
acceder a la mesa del funcionario.
-Eso no sirve, explica el vigilante, usted fue, o irá,
a la mesa, pero luego le dirán si puede o no usar el ordenador.
-O sea, que el último soy yo. Pues lo dije.
-Sí, sentencia el guardia.
- O sea, que aunque usted llegó después y no preguntó,
es el último y pierdo mi vez.
-No genere conflictos, advierte el guardia.
-Lo cierto es que pierdo mi vez. Así que voy a
preguntar si hay más últimos en la sala, no vaya a ser que vuelva a
perderla. ¿Hay más últimos?
Nadie responde.
- ¿De verdad que no hay más últimos? Bien, entonces,
después de usted, iré yo al ordenador. ¿Queda todo aclarado así?
-Sí
-Bien, hablando se entiende la gente; cierra la polémica el guardia.
-Desde luego, aunque no deja de ser un riesgo vivir
rodeado de subnormales.
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