Hoy me siento diferente. No sé si mejor o peor. Gracias a la Ministra de Igualdad, Bibi Aido, sé que, durante un tiempo, yo no fui humano, ni cosa, ni animal, ni vegetal. Era un ser vivo, algo que estaba en el vientre de mi madre y esperaba su destino sin saber en qué me convertiría: en mariposa, cuarcita o en el repelente niño Vicente. En mi familia pensaban que esperaban a un hijo, aunque durante esas semanas, en realidad era un ser vivo no humano, o sea como la Tila o Bambi.
Entre esa concepción del ser humano a medio camino entre la ignorancia y la falta de sentimientos y la idea de la Iglesia, me quedó con las palabras de Benedicto XVI que no se cansa de repetir que cada ser humano es un pensamiento de Dios, un pensamiento exclusivo y lleno de amor.