Cada vez que veo a Belén Esteban en la televisión se me encoje el corazón. Me da pena ver todo el número que se monta sobre esa persona que, gracias a un medio de comunicación, se ha transformado en un personaje. La princesa del pueblo se ha convertido en un síntoma de uno de los males de la comunicación actual: la pérdida de respeto hacia la persona.
Todos sabemos que sigue saliendo porque es rentable. Pero llegará un momento en que caerá en desgracia, dejará de ser rentable y sabe Dios como terminará. Tirada en una esquina, en un sentido más o menos literal. Tendrá otra sustituta o sustituto, otra persona que se convertirá en personaje. Hasta que se agote. Hace tiempo que dejó de ser una persona. Es un objeto que se explotará mientras siga siendo rentable.
Es lo que sucede cuando la comunicación se convierte en un espectáculo, en una borrachera de impactos donde lo importante son las sensaciones, la euforia; no la información o el conocimiento.