viernes, 1 de mayo de 2020

DUC ( y XLVI) Víctimas colaterales



Cementerio de San Salvador de Andina, 
La Callezuela, Illas




Ayer no hubo DUC. Pero, como estamos en estado de guerra me permitirán que use la expresión, por las víctimas colaterales. Ya saben, esa expresión acuñada por los yankies para definir a los inocentes muertos en acciones de guerra, por error o acción. Duele menos hablar de daños colaterales que de inocentes muertos. El caso es que ayer no escribí el diario porque la muerte de mi tía Ana, Ana Luisa del Busto, ocupó buena parte de mi jornada, entre gestiones y dolores.
Mi tía Ana no murió del coronavirus, no; pero es una víctima más de esta epidemia. Una víctima de la realidad de la asistencia sanitaria donde se entremezclan las carencias materiales, la dificultad de gestión y lo complejo que resulta la toma de decisiones en escenarios complejos.
Una demencia llevó a mi tía a una residencia para vivir sus últimos años con dignidad y rodeada de cariño. Así ha sido. Hace una semana, un bulto en la cara despertó las sospechas. Todo apuntaba a que era una infección, como así fue; pero su médico de familia no llegó a visitarla nunca. La asistencia fue telefónica, de manera constante, pero telefónica. Ir a la visita implicaba un protocolo especial, incluyendo el uso de un equipo de protección por parte del médico para evitar contagios. ¿Disponía de él? ¿Estaban limitados y prefería conservarlos para otro contexto?
La infección creció hasta el punto de ser necesaria la hospitalización. Así se hizo. Con todos los protocolos. Primero aislamiento para confirmar que no era covid-19 mientras se aplicaba el tratamiento y, finalmente, trasladada a planta al confirmar que no había rastro de Sars-Cov-2 en su sangre. En planta respondió bien al tratamiento. El antibiótico por vena y la hidratación obran milagros y, a los dos días, recibe el alta y es trasladada a su residencia. Una persona enferma y con dificultades para alimentación. No debió ser una elección fácil. Dejarla en el hospital era mantener una paciente de riesgo en un entorno hostil, donde era muy posible un contagio; el regreso a su vivienda implicaba la vuelta a un lugar seguro (llegó sin contagio), pero donde el tratamiento seguiría, pero con una intensidad menor... ¿Qué harían ustedes? ¿Dejar a los soldados en una posición donde pueden morir sin lograr ninguna ventaja estratégica o un repliegue ordenado para tratar de salvar al mayor número de vidas? Optó por lo segundo. Y salió mal. La bacteria entendió que la menor dosis de antibiótico era una oportunidad para seguir creciendo y la aprovechó. No murió de covid-19, pero sin esta epidemia estoy seguro que se hubiese recuperado de este bajón.
Y así, mi tía, como otros tantos, se ha convertido en una víctima colateral de la epidemia. No, no estará en las estadísticas. Pero sí en nuestros corazones. 

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