miércoles, 18 de marzo de 2020

Adiós al Círculo de lectores


En enero, llegaba la noticia de la decisión de Planeta de cerrar el Círculo de Lectores. El mundo de la empresa es así de duro. Sólo entiende de beneficios, de resultados, de objetivos. 
Como tantos, soy de esos españoles para los que el Círculo de Lectores es parte de su vida. La revista llegaba periódicamente a mi casa y, durante muchos años, en ella los únicos libros que no eran del Círculo sólo entraban en Navidades y cumpleaños.
Recorro estos días de confinamiento mi biblioteca y el Círculo se encuentra en muchos estantes. En obras mayúsculas y literatura de entretenimiento; en libros que se deben olvidar y en otros que son inolvidables.
Agentes, editores; horas mirando la revista y el placer de la espera. 
No quiero cuestionar la decisión de Planeta, ellos sabrán sus motivos. Tan sólo quiero dar las gracias a toda la familia que formó el Círculo de Lectores por tantos buenos momentos de lectura. 

DUC (y IV). El cañón y las horas.





De todas las secuencias de Mary Poppins una de las que siempre me ha parecido más extraña es la del Capitán Banks, ese tipo que tiene en su azotea el puente de mando de un barco y marca la hora a cañonazos.
Un tipo extraño sí. Todos los que hemos visto Mary Poppins sabemos que el resto de la película no es un ejemplo de realismo, pero sus escenas tienen una lógica, son coherentes con la historia. De eso mi extrañeza con el Capitán Banks y su relación con el barrio.
Hasta que llegó el confinamiento. Y lo entendí todo. Así que apunté una nueva cosa en la lista de ventajas del confinamiento: entender el sentido del Capitán Banks y sus cañonazos. Si siguen leyendo, se lo explicaré.
¿Quién es el Capitán Banks? Un marino de prestigio, apreciado por sus vecinos, incluso querido. En el ocaso de su vida, tan sólo le queda un recuerdo de su pasado glorioso: los cañonazos. Estamos en Mary Poppins y esas cosas se asumen. El cañonazo es el sentido de la vida de Banks, lo que permite que él y su fiel ayudante estén en pie y no se hundan, sigan día a día.
¿Saben ya por dónde voy?
Supongo que sí. Nuestros cañonazos son los de las ocho de la tarde, cuando salimos a aplaudir a tanta gente, a aplaudirnos a nosotros; a darnos sentido y fuerza; a entender el confinamiento. Costillina lo disfruta especialmente con la cacerola y la cuchara. Yo soy más de palmas. El aplauso de las ocho es también un elemento para la disciplina. Al menos sé de un padre (no fue el de Costillina) que castigó a su hijo a no salir a aplaudir.
Así que no nos quiten los aplausos, la cita de las ocho. Nos da alegría y sentido; nos mantiene con fuerza.
Aunque tengan cuidado con los cañonazos, no vaya a ser que ataquen a la fantasía.



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