martes, 28 de abril de 2020

DUC (y XLIV) No importa su nombre



En los últimos días arrecían las polémicas sobre salir o no aplaudir en los balcones. De hecho, hoy, en mi barrio periférico y solitario, hubo menos aplausos que otras veces. Incluso servidor, que siempre aparecía a las ocho tocando las narices con el silbato plateado que el Colegio de Árbitros de Ciclismo había regalado a su padre, no se acercó. Sirve como coartada que estaba ensimismado con el trabajo y la música, con la música y el trabajo. 
Existen muchos argumentos para no aplaudir: que es su trabajo, que oculta el sufrimiento; pero también sentimientos tan legítimos como el cansancio, incluso el olvido.
Pero mañana, si me acuerdo, saldré a aplaudir. 
Porque pienso en muchas personas.
Pienso en ese celador que lleva 45 días lejos de su familia, porque en ella hay personas de riesgos; viviendo en una casa que no reúne las condiciones pero, sobre todo, sin poder abrazar a sus hijas, a su esposa.
Pienso en lo que me cuentan algunos amigos sobre la incertidumbre de sus negocios; en el miedo de ir a trabajar sin mascarillas de protección, que me explica un médico; en esa persona que tiene a su hija enferma desde hace cinco días y no cómo llegó el sars-cov 2 a sus vidas, aunque ella lo ha tratado a diario.
Podría contar más historias, todas tan ciertas como estas, pero estas son suficientes para volver a salir a aplaudir mañana a los héroes, a nuestros héroes y a nosotros. 

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