domingo, 15 de marzo de 2020

Diario de un confinamiento, I

Photo by Jan Kahánek on Unsplash


Mira que he soñado cosas en mi vida. Soné que Scarlett Johansson visitaba mi ciudad (lo que sucedió) para verme (lo que no sucedió); con ganar el Premio Nobel (que no sucederá) o vivir con una mujer ideal, lo que sucede; no imaginé que iba a caer el Muro de Berlín y lo vi y nunca pensé  que un día se iba a declarar el estado de emergencia y quedar confinado en mi casa durante quince días, como mínimo.
Y ha sucedido. Aquí y ahora. Está pasando, es real. Costilla y Costillina me llevan ventaja porque ellas empezaron el viernes. Yo el sábado. El teletrabajo lo hace posible pero para todos, para un país tan social como España estar confinado parece una pesadilla. Y lo es. Incluso para los que somos caseros; los que podemos pasar un fin de semana felices en pijama. 
¿Dónde está la diferencia? En la libertad. Cuando estoy un fin de semana en pijama, es por mi voluntad. Veo el paisaje y si quiero salir, salgo. Pero ahora no. Toca quedarse en casa.
Y toca hacerlo por nosotros y, sobre todo, para proteger a los débiles, a los que más van a padecer con esta enfermedad.
Ahora es el momento de estar todos juntos, de unirnos y superar esta crisis. Luego llegará el momento de pedir explicaciones y reprochar lo que sea reprochable. Pero ahora hay que superar.
Esta bitácora lleva por los mundos interneteros desde 2006. Es bastante tiempo. Sin disfrutar de grandes audiencias, pero aportando algo (o al menos eso espero).
Y ahora toca seguir alimentando. Generar eso que los horteras llaman contenidos, aportar algo para el que se aburra navegando pueda entretenerse y hacer más liviana la espera, el momento en que nos digan: se acabo el confinamiento. Volvéis a ser libres. ¿Lo imagináis? Yo sí, y será maravilloso.
Pero hasta que llegue ese momento, toca escribir el inevitable diario del confinamiento. Uno más, posiblemente habrá treinta o cuarenta millones de diarios circulando por Internet. Uno más no se notará en exceso.
 Mi primer día me ha permitido descubrir el teletrabajo. Es, sin lugar a duda, una moderna forma de tortura. Sufres los problemas técnicos del trabajo, pero ahora tú eres el responsable. Se cae la wifi y no tienes servicio técnico al que llamar, el jefe presiona igual que en la redacción; pero no tienes el Frenchy de trinchera ni el compañero con el que bromear. Sí, el espacio es más cómodo. Mi mesa de teletrabajo dobla ampliamente mi puesto en la redacción y, si cuento los papeles por el suelo (sí, me encanta poner papeles por el suelo y hacer montoncitos con ellos) es el triple. Y poco más. 
No negaré que es mucho más agradable el ruido de fondo de Costilla y Costillina, pero el teletrabajo... Ufff, no termina por convencerme. Me quedan quince días por delante.

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