Los trabajadores de este país estamos llamados a una huelga general para el próximo 29 de septiembre, 28 en algunos negociados especiales como los medios de comunicación.
Durante las últimas pensadas he pensado seriamente si me sumaba o no a la convocatoria. Cuando me preguntaban mi respuesta era: "Tengo el corazón partío". Y es que en sus cavilaciones uno encontraba tantos argumentos para ir como para no ir.
Finalmente, he decidido no participar y trabajar ese día.
Los motivos son muchos. Es cierto que este gobierno se merece una huelga general a la semana, pero no menos cierto que los sindicatos tienen su parte de responsabilidad en esta situación pues en su momento jalearon decisiones del PSOE que sólo contribuyeron a incrementar el déficit (los descuentos de los 400 euros, por ejemplo) que luego han provocado medidas como el recorte de los sueldos de los funcionarios.
Negarse a afrontar reformas necesarias me parece una actitud cobarde e infantil. Más aún cuando todos sabemos que en este país ya existe el despido libre. Todos podemos pensar nombres de compañeros que se han ido a la calle por el artículo cinco. Lo más que hace el gobierno es rebajar las indemnizaciones, algo que no preocupa en exceso a los empresarios que han despedido, despiden y despedirán como el agricultor que poda los árboles cuando estos lo necesitan.
Pero sobre todo, uno irá a trabajar porque esta huelga no se va a celebrar en un clima de libertad. Hay amenazas, algunos comercios ya saben que les espera la silicona o las lunas rotas si tratan de abrir. Todos miran para otro lado, pero cuando hay confianza, se escuchan los susurros: "Tú sabrás lo que haces". Y uno, ante todo, no puede respaldar una movilización que basa su éxito en la extorsión, en limitar la libertad de todos los que quieran ir a trabajar.
No quiero esa sociedad, denuncio una sociedad basada en el imperio del más fuerte, en los argumentos de los matones. Conmigo, que no cuenten para eso.