viernes, 20 de junio de 2008

Las riquezas de El Vaticano

La otra semana, el páter se nos puso revolucionario sandinista. En plena homilía comenzó a bramar contra las riquezas de la Iglesia, a suspirar por una Ecclesia pobre, desprendida de oros y bienes materiales para ayudar a los pobres. Buena idea, desacralizamos la Catedral de Oviedo y, con una recalificación, logramos pisos de lujo en el puro centro de Asturias. Con los beneficios, da para un salón de actos amplio, las oficinas justas y, lo demás, para los negritos del África tropical. Aquí paz y después gloria. Avancemos todos juntos hacia la lucha final, se olvidó proclamar.
Bellos pensamientos propios de un eurocentrismo tonto y falsamente pogre. Eurocentrismo por pensar que nosotros, los europeos, por cierto una de las minorías privilegiadas del mundo, somos los responsables de los males de los países empobrecidos del tercer, cuarto y quinto mundo.
Posiblemente tengamos algo de culpa, pero no toda. Y tampoco hace falta liquidar todas las riquezas de la Iglesia para ayudar a esas naciones. Argentina, Congo o Birmania son estados ríquisimos, con recursos naturales que apenas alcanzamos a imaginar. Su falta de desarrollo se debe, principalmente, a la corrupción y egoismo de sus gobernantes, más dados a abrir cuentas secretas en Suiza que a fijarse en el bien de sus ciudadanos.
Ellos ya han tenido, y tiene, riqueza a su disposición. Liquidar los tesoros de El Vaticano (aunque también habría que hablar sobre la diferencia entre riqueza y patrimonio) tan sólo servirá para que los dictadores de turno aumenten su margen de beneficios, reclamen más mordida. El nivel de subdesarrollo es inverso a la democratización de un país. Y una democracia no se construye con dolares y euros, aunque son necesarios, sino con educación y libertad.

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