jueves, 2 de agosto de 2018

Larga vida al cine

Photo by Kilyan Sockalingum on Unsplash


Entre las múltiples cosas buenas que trajo la paternidad aparece la posibilidad de ir a una película de animación infantil sin tener que buscar una excusa, sin taparse la cara; es decir sin complejos. En realidad, ser padre te permite el cine y cargar palomitas para, en el futuro, asegurar que no es que seas un monstruo de las palomitas, sino que te acostumbraste con los críos y ya no puedes ir sin ellas.
En fin,     que uno iba a hablar de Hotel Transilvania 3 y lo deja para otra ocasión, porque empezando como empieza debe continuar con un elogio del cine, de su magia. Es cierto que la oferta televisiva crece de manera exponencial, que las pantallas del ordenador ofertan más películas que el mejor videoclub que hubiésemos imaginado nunca y que las televisiones ya son ordenadores. No sólo eso, que el desarrollo tecnológico ha permitido tener en casa unos equipos de imagen y sonido que alcanzan la calidad de la pantalla grande de una manera inimaginable.
Pero… El cine sigue teniendo algo mágico, una atracción que no encontramos en casa. Posiblemente sea la combinación de la sala oscura con ese rayo de luz del que nacen historias; o el recuerdo de las primeras películas que vimos como las vemos ahora con nuestros hijos. El cine, como medio de comunicación, como experiencia sensorial, permanecerá siempre. Seguramente sufrirá cambios en el modelo de negocio como lo demuestra que, en la actualidad, el consumo en la hostería casi alcance al coste de las entradas, pero seguiremos necesitando de él, de su oscuridad aunque su lenguaje nos acompañe en otros formatos. 

¡¡Larga vida al cine!!

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