martes, 31 de marzo de 2020

DUC ( y XVII). Sueños chinos





Vaya, con toda la que está cayendo van los de google y cambian el panel de control de Blogger. No encuentro el tipo que venía utilizando y esas cosas. Tendré que acostumbrarme.
Pero no venía a hablar de esto, no. El caso es que estuve pensando en los inicios de todo esto, cuando la epidemia del Covid-19 era algo lejano, muy lejano. Yo nunca oculté mi extrañamiento: "si dicen que es poco más que una gripe, no entiendo tanto revuelo; si es algo más grave, los chinos nos están ocultando información". 
Y ahora, cuando veo nuestras calles desiertas como las de China, cuando veo a los camiones desinfectando las calles, las mascarillas y los guantes es evidente que los chinos nos engañaron, nos ocultaron información y posiblemente sigan en tan noble.
Así que me pongo a pensar.
El epicentro de la epidemia fue Wuhan una ciudad que según la wikipedia tiene once millones de habitantes. Allí han estado confinados cuatro meses y ahora empiezan a suavizar las medidas de control. En otras partes de China, y también en Corea, se ha controlado la expansión con un sistema de vigilancia telemática que el gobierno español se prepara para implantar (a saber si lo logran, habida cuenta de la inutilidad evidenciada hasta la fecha).
En España podríamos tener unos 5,1 millones de personas contagiadas. Es una estimación matemática de cosecha propia considerando que los casos reconocidos oficialmente son el 5% de los graves que, según la Organización Mundial de la Salud, se deberían producir. A partir de ahí, con una regla de tres calculé el 100% y, como la tasa de contagio es de tres, multiplique por 3. Evidentemente no todo el mundo desarrolla la enfermedad (la estimación de la OMS es que el 80% será asintomático o muy leve) y como la evidencia demuestra que el Sars-Cov2 circula por todo el país me pareció correcto usar ese criterio.
O sea que poniendo en línea recta los tres elementos anteriores alcanzo la siguiente conclusión: el confinamiento no se levantará el 11 de abril. No. Abril entero estaremos encerrados y, hay suerte, después de las fiestas del primero de mayo igual podemos salir. Incluso no me extrañaría tragarnos todo mayo a cubierto.
Sí, lo reconozco. No son pensamientos que destaquen por su optimismo, pero es lo que tocó.
Tal vez por eso, para animar el día escuché las dos versiones de China girl.




lunes, 30 de marzo de 2020

DUC ( y XVI). El dilema del ascensor


Photo by 
Russ Ward on Unsplash


Desde que comenzó el confinamiento, evito en lo que puedo el ascensor. Voy por los escaleras y lo máximo que te puede suceder es encontrarte con un vecino y  hablar a gritos por eso de la distancia social de seguridad. O un repartidor. Y volver a hablar a gritos para evitar la distancia de seguridad.
Pero, a veces, el ascensor es inevitable. Ya les comenté el tema de la basura. O cuando se viene de la compra con siete bolsas en cada mano. Toca el ascensor y asumir que, si en el camino te para un vecino, deberás estornudar para que asuma la necesidad de mantener la distancia social de seguridad.
Sin embargo, no esa la razón por la que evito el ascensor. Sobre todo, por los botones. Ahí, tan metálicos. Parece que el metal es una especie de resort para el Sars Cov 2. No me importa en las latas de cerveza porque al llegar a casa pasamos un trapo de lejía por ellas. Pero el ascensor, ahí, el botón me da algo. 
Llevo guantes, no me puedo contagiar. Pero pienso en que mis guantes pueden llevar un bus de bichitos y alojarse ahí, en el resort esperando a un vecino sin guantes y que se olvide de lavarse los guantes...
Realmente me angustiaba la idea hasta que me acordé de Carmen Santano. Es una de nuestras heroínas sin capa, enfermera de atención continuada en Avilés y que hace días en su estado de was colgó un video con una curiosa manera de llamar al ascensor. Al lado de los botones se había colocado el cartón de un papel higiénico con palillos colgado. Se quitaba un palillo, se llamaba al elevador, se tocaba al piso y, al llegar, se depositaba en el interior del cilindro, reconvertido en cubo de la basura. La primera vez que lo vi pensé que se trataba de una broma. Pero ha llegado el momento de ponerlo en práctica.
Primera fase, organizarme en casa. Coger el palillo. Sin problema.
Segunda fase, planificar las manos. Seguiré con los guantes en el exterior, pero intentaré no usar una mano para evitar contaminaciones. Así, cuando regresé y saque el palillo de la chaqueta, evitaré dejar el virus en la ropa.
Salgo a por el pan. Ya en el regreso, toca poner en marcha la práctica. Un poco de música para el momento emocionante.


La mano que debía permanecer limpia era la izquierda y hoy ha sido posible. No siempre resulta así. Pero hoy sí. Así que saco el palillo. Y aprieto. Nada. No se enciende la luz del botón. No funciona. La verdad es que usé la fuerza de una mosca por miedo a romper el palillo. Aprieto con más fuerza. Funciona, llega el ascensor. Entro en él.
Ahora es la operación más delicada, más compleja. Me siento como un neurocirujano.
Sin soltar la bolsa de pan, uso la mano derecha para hacer un giro de 180 grados en el palillo de tal manera que la parte que agarre (con riesgo de contaminación) no toque la palma de mi mano, del guante. Hecho. Con una punta limpia, vuelvo a marcar mi piso. Subo hacia casa y me parece que Florence and the machine festejan mi triunfo. Pero no, no se ha terminado.
Toca entrar en casa. El palillo paso a la mano derecha. Todo apunta a que la izquierda sigue limpia. Así que abro la puerta de casa y empieza la operación de desinfección con la satisfacción de que el dilema del ascensor ha sido superado.

domingo, 29 de marzo de 2020

DUC ( y XV). Los superhéroes sin capa



Hoy volveré a abrir la ventana a las ocho de la tarde para aplaudir. Pero no aplaudiré a los héroes sin capa. Hoy no pensaré en el personal sanitario, ni en la policía, ni en los bomberos, ni en los trabajadores de los supermercados, ni de toda la gente implicada con las residencias de mayores como en el resto de los días. 
Aplaudiré para animar a los enfermos, como recuerdo a los fallecidos.
Pero, sobre todo, hoy toca aplaudir por ellos. Por los superhéroes sin capa que tenemos estos días.
Porque está bien que los militares monten hospitales de campaña y nos enorgullecemos de todos ellos, igual que del trabajo en los centros de salud y los hospitales. Son héroes, sí; es cierto. Pero hoy toca hablar de los superhéroes.
¿Y quienes son? Nuestros hijos, nuestros hijos son los verdaderos superhéroes sin capa. A diario dan una lección de como llevar un confinamiento, han sido despojados d sus derechos civiles hasta el punto que una mascota dispone de más privilegios que ellos; y ahí están: expresando miedos y alegrías, resistiendo, jugando, aprovechando las posibilidades de las nuevas tecnologías y añorando a sus amigos y los abrazos de los abuelos.
Los niños, el colectivo más inmune al Sars Cov-2, son los verdaderos superhéroes. Ahí están, resistiendo y manteniendo el ánimo.
Hoy aplaudo por ellos. 

sábado, 28 de marzo de 2020

DUC (y XIV). Atardecer

Sale el sol, también en Gijón

La familia no se pierde ninguna de las citas de las convocatorias de las ocho de la tarde. Como me paso el día sentado al ordenador, soy el que inicia los avisos.

"Queda una hora, queda media hora".
De esta manera, cuando llega el momento nos vamos acercando a la cocina, convertido en el punto de encuentro familiar para esos menesteres. Escuchamos los primeros aplausos y empezamos. O, al contrario, nos lanzamos a aplaudir.
El caso es que en estos días, por eso de salir siempre a idéntica hora, uno comienza a fijarse en algo tan sencillo como es el paso del tiempo. El sábado 21 de marzo era mucho más oscuro que el día 24 y ayer disfrutamos de más luz natural que el día 26.
Claro, es algo lógico, natural. Responde a la evolución de los días. Estamos en primavera y conforme llega el verano los días son más largos.
Pero lo que me gusta es el valor simbólico de esa luz. Es la representación de que por mucha oscuridad, por momentos oscuros en los que estemos (y vaya si los estamos) al final saldrá el sol, saldrá el sol. Es la esperanza, la confianza en que todos juntos podremos con el actual confinamiento.
Hoy volveré a aplaudir.

viernes, 27 de marzo de 2020

DUC (y XIII). Sacar la basura.

Photo by Konstantinos Papadopoulos on Unsplash

Cuando era niño, lo de sacar la basura era una cosa de mayores. Reemplazar a tu padre en el sencillo gesto de coger la bolsa de residuos y dejarla en la calle era un paso en la evolución natural. 
Pero por rutinaria y tediosa se convirtió en algo pesado. "Otra vez la basura".
Cuando tenía perro (en estos días añoró a Tila y a Satie) aprovechabas el paseo nocturno para tirar la bolsa de desperdicios. Pura rutina, sin más. Un gesto mecánico con el único interés de no equivocarte de contenedor y no dejar el plástico en el vidrio, el papel en la orgánica o las pilas, a saber dónde dejabas las pilas.
Hasta que llegó el confinamiento.
En casa decidimos que dejar la basura no fuese sólo una oportunidad de salir a la calle. Así que el primer criterio fue no bajar una bolsa, sino, como mínimo, tres o cuatro. Todas las que pudieras llevar y dejar una mano para abrir puertas, contenedores y todo eso.
No menos importante es el equipo de supervivencia. Hay que cambiar la ropa. Hemos creado un espacio para ropa sucia, donde dejo lo que saco a la calle. Me mudo y acto seguido me lavo las manos por si al vestirme me he contaminado. Ya con el vestuario y el calzado adecuado, toca ponerse los guantes, recoger la basura y salir.
Aunque siempre compruebo que las bolsas de basura no gotean, bajo en ascensor para minimizar posibles accidentes.
Ya estoy en la calle. Los contenedores se encuentran a veinte metros, doblando en la esquina pero el trayecto es muy emocionante. No sabes si estarán todos llenos o no; o si sólo tendrás que buscar otro lugar para el plástico porque no quieres dejarlo en el suelo. ¿Has cogido el DNI por si hay ronda policial? ¿Dónde irás si está todo completo? Hoy hubo suerte y hay espacio. Toca regresar a casa.
El camino de vuelta es más sencillo. Subes por la escalera para evitar picar en el ascensor. Después de todo es un riesgo. Puedes llevar virus en el plástico e ir dejando huella para otros vecinos.
Abrir la puerta de casa tiene su arte. Después de girar la llave, empujas con el codo para evitar tocar con la mano el pomo. Entras y cierras con un codazo. Empieza la operación de desinfección.
Primero, aplicas solución hidroalcohólica en las llaves y las depositas en el espacio reservado para ellas. A continuación pasas al baño y te quitas los guantes con cuidado. Primer lavado de manos y pasas a la zona de ropa para mudarte. Apartas la ropa de batalla y, desnudo, regresas al baño para volver a lavarte. En fin, entre tantas vueltas sabes que es posible que el puñetero virus esté haciendo de las suyas por tu casa, pero no será por agua y jabón.
Regresas al cuarto y te vistes. Ya estás, de nuevo en tu casa.
Toca una cerveza y la película del día.
Sinceramente, ahora que escribo esto disfrutaba más cuando mi padre sacaba la basura.

jueves, 26 de marzo de 2020

DUC (y XII). Y entonces llegó ella.

Photo by The New York Public Library on Unsplash


Y, de repente llegó ella. Cuando casi nos habíamos olvidado de que existía, cuando nadie la esperaba una alarma en el móvil nos recuerda nuestra cita anual con la Agencia Estatal de Administración Tributaria. No hay que pagar impuestos, ya que los abonamos a diario en las compras (IVA) y en los ingresos laborales (IRPF,), por citar un par ejemplos.
La notificación de Hacienda es como el alcoholo de noventa grados en las heridas. Resquema pero es necesario.
Y este año es más que nunca porque con lo que hemos pagado están funcionando los hospitales, se paga a las ambulancia, los sueldos del personal sanitario, de la policía... Sí, no faltará el agorero de turno que nos recordará que también va en la factura el sueldo de los políticos que fueron incapaces de reaccionar a tiempo...
Pero, miren, en China, también tuvieron confinamiento y tienen políticos, pero no tienen libertades como nosotros. Es un mal menor. Yo me quedo con que mis impuestos aseguran todos estos servicios públicos que siempre hemos sabido esenciales y, ahora, lo comprobamos, una vez más.
Bienvenida, Hacienda. 

miércoles, 25 de marzo de 2020

DUC (y XI). Carretera de Avilés

Calle de San Francisco


Las obligaciones laborales y la necesidad de reponer provisiones en mi casa y a los abuelos imponen un viaje a Avilés. Más allá de ir a por el pan y comprar en Gijón será la primera salida realmente larga de mi casa desde el inicio del confinamiento. Toda una aventura.
Los preparativos ganan una importancia que antes no tenían. Hay que llevar el certificado de movimiento. Decido ponerlo en una funda de plástico con el DNI, carné de conducir y carné de prensa para facilitar la labor a los agentes policiales y, posteriormente, desinfectar bien el plástico.
Reduzco mi habitual equipaje al mínimo imprescindible. Guantes y una bolsa para tirarlos; gel hidroalcohólico, paquete de pañuelos. Ya está todo organizado.
Ahora paso a la zona de "sucio" en mi casa para vestirme. Ahí es donde esta la ropa con la que salgo a la calle. Antes me despido de mis chicas. Una vez vez vestido, me lavo las manos para evitar contagios por si hubiese restos virales en la ropa.
El tráfico en la carretera es extraño. La presencia de turismos es la propia de un festivo, pero el número de camiones no. Incluso veo empresas que nunca había visto por estas carreteras. Escucho Tipos Oscuros. He decidido limitar el consumo de informativos por salud mental.
Avilés se presenta desierta. Los militares patrullan la ciudad. Es un ambiente extraño. "Distópico" me apunta un amigo con el que hablo, más bien de pesadilla, matizo sabiendo que ambos conceptos suelen ir de la mano.
De nuevo, cola en el supermercado. Recuerdo esa canción de Silvio Rodríguez en la que narra las dificultades de ir al mercado, la diferencia es que yo sé que habrá de todo. Pero sigo sin acostumbrarme al guardia de seguridad limitando las entradas para evitar aglomeraciones. Cuando paso a su lado, le doy las gracias. Como tantos otros, no paro de agradecer el trabajo de todo el mundo. 
Y me emociona ver a la cajera insistiendo en que mantengamos la distancia, advirtiendo a unos ancianos de que no salgan juntos. "¿No tienen nadie que les haga la compra; es por ustedes, ustedes son los que peor lo pueden pasar, lo hacemos por ustedes?" Y ellos sonríen y sólo dicen que no tienen hijos y que van juntos para poder llevar la compra. 
No sé si se contagiarán o no, si saldrán de esta o no; pero esa chica con su esfuerzo, se convierte en otra de nuestras heroínas sin capa.
Distribuyo la compra en bolsas, procuro limpiar bien la de los abuelos y, antes de regresar, siento la tranquilidad de que todo este paisaje tan extraño refleja que lo estamos haciendo bien.



martes, 24 de marzo de 2020

DUC (y X). Nuevas formas de decir: te quiero.

Photo by Clay Banks on Unsplash


Entre las cosas buenas que ha traído esta cuarentena es que hemos encontrado nuevas manera de decir: Te quiero.
Tal vez la más evidente es: quédate en casa. Muchos no lo pensamos, pero es una forma de hacerlo. Como lo hacía esta mañana la cajera del supermercado empeñada en que mantuviésemos la distancia de seguridad y preguntaba a los mayores si no contaban con apoyos para no salir de casa.
Pero hay más formas de decir te quiero. Muy usada es ese: ¿Cómo estáis? o la variante ¿Estáis todos bien? Con ella empiezan mensajes de was,llamadas a amigos que hace tiempo que no veías.
Otra forma es esa, la llamada a esa amiga con la que tenías un café pendiente, el ánimo y el consuelo, la preocupación por el enfermo, el ofrecimiento al vecino. El aplauso en el balcón, la joven que ofrece su talento en Instagram, el músico que sale a la ventana y nos recuerda que no podemos renunciar a la belleza.
Son muchas las formas de decir te quiero.

lunes, 23 de marzo de 2020

30 de febrero


Photo by Emiliana Hall on Unsplash


30 DE FEBRERO

Sin contar las misteriosas desapariciones ocasionales del
29 de febrero
cada año nos roban
un día de amor.

Cuando era joven no importaba,
incluso sin él
había bastantes sábados y miércoles.

Pero hoy para mí es importante cada día
en el que puedo mirarte.

 Nuestro feudo
que se extendía en los cincuenta años del futuro
se ha reducido a una pequeña granja

(1976)
Seix Barral, Barcelona, 2017

DUC (y IX). Hoy, pan doble

Photo by Victoria Shes on Unsplash


Soy biznieto de panaderas, nieto de panaderas y mi madre también trabajó en un despacho de pan del Chato, en plaza. Durante muchos años, había una expresión especialmente feliz para mi familia: "Hoy toca pan doble". Se ponía el anuncio en el puesto y cuando un cliente se llevaba su habitual barra pequeña se le recordaba: "Hay pan doble". Y mantenía su pedido o reclamaba más. 
Pan doble era la víspera de un festivo, de un encuentro familiar. Y, en la tienda, se advertía porque, al día siguiente el puesto estaría cerrado. Pan doble tocaba en las Navidades, en Semana Santa (Viernes Santo y antes del Domingo de Pascua) y los domingos. Conseguir el pan doble para los domingos no fue sencillo y obligó a muchas luchas.
Cuando las primeras tiendas comenzaron a vender pan los domingos, mi tía Berta nunca comía el pan del día. Siempre pedía el pan del sábado, aunque estuviese más duro. "Nos costó mucho descansar los domingos para comer hoy pan del día", nos explicaba cuando le ofrecíamos el pan del día. No recuerdo si en algún momento claudicó, aunque lo dudo, era todo un carácter.
Todo esto viene a cuento porque ayer tocó pan doble. Se había acabado y tocaba salir. Aunque sólo necesitábamos una barra, llevé dos. Toca pan doble, por nosotros, para seguir luchando, para vencer al virus.
Ya lo saben: toca pan doble y aplaudir a las ocho.

domingo, 22 de marzo de 2020

DUC (y VIII). Siempre hay luz en el camino

ArcelorMittal desde La Calzada; 21 de marzo de 2020



No nos perdemos el aplauso de las ocho. Es el momento que organiza la tarde. Antes del aplauso y después del aplauso. Ayer fue más animado que otras veces. Hasta algún vecino se lanzó a tocar la gaita y escuchamos algo parecido al Asturias Patria Querida
Vivo a las fueras de Gijón y, desde hace unas semanas, la antorcha de las baterías de cok tiñe la noche de nuevos colores, aunque no son desconocidos para uno de Avilés. Allí estaban, quemando gas a todo quemar mientras aplaudíamos a los sanitarios, al personal de limpieza, a la policía, a nosotros para animarnos.
Y ahí estaba la luz, la antorcha como si nos quisiera guiar; el fuego de baterías con el esfuerzo de tantos trabajadores que también viven estos días de angustia; la luz que nos dice que habrá un final, que todo esto pasará y lo recodaremos como algo que cambió nuestra vida para siempre.
Hoy volveremos a aplaudir. 

sábado, 21 de marzo de 2020

Visita a Le PanPan



Photo by Dolo Iglesias on Unsplash 

Siempre se ha me ha dado bien la soledad,
Incluso aquí, en esta ciudad extraña,
Donde no conozco los distritos
y me pierdo por sus anchas avenidas.
¿Qué hacen aquellos jóvenes allí, 
en Le Panpan?
Resguardarte para ver lo que no ves,
Para esperar esa cita que no llega
Para fundirte con la suave música de jazz
y acariciarlos como la ciudad te invade.

DUC (y VII). La compra desoladora.

Photo by Markus Spiske on Unsplash





Lo más duro del confinamiento no es permanecer en casa, no. Lo peor me está resultando ir de compras. Me angustia. Desde el primer momento, cuando empiezo a preparar el protocolo de prevención, sabiendo que por muchos guantes y desinfectante que lleve habrá algún momento de hipotéticos contagios cruzados. Es inevitable.
Sales a la calle, coges el coche y te vas a la cola. ¡¡Una cola para comprar!! Lo había leído, lo había visto en documentales sobre las dictaduras comunistas y aquí me lo encuentro, lo vivo. Sigue la angustia. Y la cantidad de gente mayor que encuentras por la calle. En mi comunidad nos hemos ofrecido todos para apoyarnos, pero veo que hay gente que no tiene esa suerte. O que se emperran en salir.
Entras en el supermercado y la angustia sigue. Ves a los trabajadores protegidos, con sus mascarillas y guantes. Y piensas en su angustia, que puede ser la tuya cuando te toca abandonar el búnker, sólo que ellos lo hacen a diario. Es duro no saber si regresas a casa con el virus, desconociendo si la mampara de protección servirá o no. ¿Vivirán con sus padres, tendrán enfermos en el hospital y no pueden ir a verlos?
Recorres la tienda y, aunque está abastecida, no faltan algunos lineales vacíos. Se reponen, no paran los camiones y les das gracias por ello. Pero no poder llevar lejía densa te genera la duda de si tendremos recursos para alcanzar la victoria.
Caminas por el supermercado y lees las pegatinas en el suelo recordando la distancia de seguridad. Muchos las respetan; otros no. En la carnicería, le indican a una señora que mantenga la distancia de seguridad, como indica el suelo. "No sé leer", dice y por su tono y la incapacidad de saber que su número (el 80) es el turno ("tengo un ocho y un cero") piensas que igual es verdad, que es semi analfabeta y alimentas la angustia.
Que no cesa en la cola y miras el móvil y te das cuenta de que ya inicias los contagios cruzados...
Sí, es lo más angustioso. Ya en casa, en el búnker, das cuenta a Costilla de que has hecho la compra y que durante los próximos tres o cuatro días, salvo por el pan fresco, no habrá que salir. Y estás tranquilo, y ahí, en esa tranquilidad es cuando lloras y hablas: "Es desalentador salir, ver la gente que pasa de todo y los que se preguntan; la angustia de vivir un estado de guerra".

viernes, 20 de marzo de 2020

Van feroces y hermosos los jóvenes





Van feroces y hermosos los jóvenes por el país,
son manadas enteras de chicos recién liberados,
para ellos no significan nada mis colinas de los gorriones,
mi paseo de Wilson, mis alejandrinos.

Yo mismo me uniría a su manada,
a su demolición de un mundo antiguo.
Tal vez les enseñaría algo a los jóvenes
y tal vez me enseñarían algo a mí

(1970)
Seix Barral, Barcelona, 2017

DUC (y VI). Día del padre

Cabo Peñas, atardecer; 2015

En mi familia siempre hemos celebrado San José. Coincidiendo con San José, en 2014, viajamos por primera vez con Costillina. Nos fuimos de fin de semana a Ovín, con el coche cargado de toda la intendencia necesaria. Nunca habíamos dormido fuera de casa con ella y esa fue la primera vez.
San José marca el inicio de la primavera y por estas fechas rompemos el confinamiento invernal. Visita a la Santina y primeras escapadas de fin de semana, si nos apetece. No son grandes desplazamientos, pero son grandes viajes ya que los hacemos en familia. Descubrimos juntos paisajes inesperados, compartimos el tiempo, disfrutamos de la vida.
Este año San José ha sido diferente. Costillina cambió su tarjeta de papel por un power point con tetrabites de amor y su habilidad para las nuevas tecnologías. Como soy el padre, sé que me permiten la expresión. No faltaron los regalos. El viaje fue en la cinta de andar, resolver temas pendientes del trabajo, ver la televisión.
Fue un San José diferente. Pero fue muy parecido. Estábamos en familia, amándonos y dando gracias a Dios por tenernos en estos días.


jueves, 19 de marzo de 2020

DUC (y V). Tampoco es para tanto.

Photo by Jon Tyson on Unsplash



Es mi primer día de confinamiento. No, no estoy chiflado ni terminé de chiflar. Y, de seguir un orden, esta sería la entrada correspondiente al día 18 de marzo de 2020. Lo que para muchos sería el cuarto día de reclusión: domingo, lunes, martes y miércoles. Tampoco he estado vulnerando el orden establecido ni el decreto de alarma. 
Pero me explico.
El domingo salí a por el pan; el lunes me correspondió hacer la compra; el martes regresé a por el pan... Y el miércoles, el miércoles nada. Todo el día en casa. ¿Resultó duro? No, soy un tipo casero, disfruto en mi castillo y, además, tampoco es para tanto. 
Hagamos un sencillo cálculo.
Una hora son sesenta minutos y un día son 1.440 minutos, uno detrás de otro. O sea, que, salvo error, por delante tengo, tenemos, que llenar 21.600 euros. 
Pero tampoco es para tanto.
Vamos a ver. Hay que dormir. Ocho horas aconsejan, algunos incluso podemos dormir más. Pero que me quedo en las ocho horas.. Así que hablamos de 7.200 minutos ocupados.
Quedan pendientes 14.400 minutos. Pero habrá que dedicar un tiempo a la higiene personal: ducharse, lavarse los dientes, afeitarse, cagar (y la gente caga mucho, ya saben lo que digo). Aquí he hecho una propuesta conversadora y planteo unos 900 minutos. ya baja a 13.500 minutos.
Pero no estamos de vacaciones. Hay que trabajar. Vamos a pensar que en estos quince días hay que trabajar diez días. Estaríamos en 4.800 minutos, con una jornada de ocho horas y pensando que no hay desplazamientos por eso del teletrabajo. A ver el excel: 8.700 minutos. ¡¡¡Y aún no tuve un segundo para mí!!
La compra. Hay que comprar. Estimar el tiempo aquí es más complicado. No se debe ir todos los días, pero habrá más colas... Con mi experiencia hasta el momento reservo 450 minutos para las intendencia. Y luego están las tareas domésticas. Algo habrá que hacer, aunque sea limpiar y volver a limpiar sobre lo limpiado. Y hacer algo de ejercicio... Resto, resto, resto y ya estoy en 7.170 minutos. O sea que me quedan cinco días para leer, escribir, ver películas y escuchar música.
¡¡Se me va a hacer corto el confinamiento!!

miércoles, 18 de marzo de 2020

Adiós al Círculo de lectores


En enero, llegaba la noticia de la decisión de Planeta de cerrar el Círculo de Lectores. El mundo de la empresa es así de duro. Sólo entiende de beneficios, de resultados, de objetivos. 
Como tantos, soy de esos españoles para los que el Círculo de Lectores es parte de su vida. La revista llegaba periódicamente a mi casa y, durante muchos años, en ella los únicos libros que no eran del Círculo sólo entraban en Navidades y cumpleaños.
Recorro estos días de confinamiento mi biblioteca y el Círculo se encuentra en muchos estantes. En obras mayúsculas y literatura de entretenimiento; en libros que se deben olvidar y en otros que son inolvidables.
Agentes, editores; horas mirando la revista y el placer de la espera. 
No quiero cuestionar la decisión de Planeta, ellos sabrán sus motivos. Tan sólo quiero dar las gracias a toda la familia que formó el Círculo de Lectores por tantos buenos momentos de lectura. 

DUC (y IV). El cañón y las horas.





De todas las secuencias de Mary Poppins una de las que siempre me ha parecido más extraña es la del Capitán Banks, ese tipo que tiene en su azotea el puente de mando de un barco y marca la hora a cañonazos.
Un tipo extraño sí. Todos los que hemos visto Mary Poppins sabemos que el resto de la película no es un ejemplo de realismo, pero sus escenas tienen una lógica, son coherentes con la historia. De eso mi extrañeza con el Capitán Banks y su relación con el barrio.
Hasta que llegó el confinamiento. Y lo entendí todo. Así que apunté una nueva cosa en la lista de ventajas del confinamiento: entender el sentido del Capitán Banks y sus cañonazos. Si siguen leyendo, se lo explicaré.
¿Quién es el Capitán Banks? Un marino de prestigio, apreciado por sus vecinos, incluso querido. En el ocaso de su vida, tan sólo le queda un recuerdo de su pasado glorioso: los cañonazos. Estamos en Mary Poppins y esas cosas se asumen. El cañonazo es el sentido de la vida de Banks, lo que permite que él y su fiel ayudante estén en pie y no se hundan, sigan día a día.
¿Saben ya por dónde voy?
Supongo que sí. Nuestros cañonazos son los de las ocho de la tarde, cuando salimos a aplaudir a tanta gente, a aplaudirnos a nosotros; a darnos sentido y fuerza; a entender el confinamiento. Costillina lo disfruta especialmente con la cacerola y la cuchara. Yo soy más de palmas. El aplauso de las ocho es también un elemento para la disciplina. Al menos sé de un padre (no fue el de Costillina) que castigó a su hijo a no salir a aplaudir.
Así que no nos quiten los aplausos, la cita de las ocho. Nos da alegría y sentido; nos mantiene con fuerza.
Aunque tengan cuidado con los cañonazos, no vaya a ser que ataquen a la fantasía.



martes, 17 de marzo de 2020

Diario de un confinamiento (y III). Sentimientos encontrados.

Photo by Ali Yahya on Unsplash



Todos conocen eso de: tengo dos noticias, ¿primero la buena o la mala? No es igual o parecido. Te toca ir a la compra. ¿Por ser el prescindible de la familia o el que tiene recursos para superar lo que pueda pasar? Prefiero no preguntar y lo cierto es que el pan de ayer comienza a estar duro, se acabaron los pasteles y tengo un halógeno fundido en la cocina. Los abuelos también necesitan suministro.
Así que no preguntas. Coges el kit de supervivencia, repasas el video sobre la manera de quitarse los guantes y a la calle. 
Voy a mi supermercado habitual. Al llegar, me extraña la gente que opta por evitar el soportal para la cola y prefiere el descubierto, con uno de esos cielos negros que en Asturias sabemos que anuncian agua. Le pregunto al vigilante jurado. ¿No sería mejor estar a cubierto, podemos cambiarnos por orden? Ya, pero se pusieron así. Hablamos a metro y medio de distancia. Nos quedan unos días sin confidencias más allá del hogar, sin medias palabras, de gritos y voz en alto. Así que voy a mi lugar. Desde él veo a la encargada hablar con el guarda de seguridad, señalar y, al rato, el chico nos pide que, por orden, vayamos bajo cubierto. Todo el mundo acata la indicación. Yo también, pero dudo si en denunciar lo sucedido a Sanidad (hablaron a menos de medio metro de distancia) o a Igualdad (es un evidente caso de sexismo: mis indicaciones, de un hombre, no fueron atendidas; pero sí las de una mujer). 
Entro en el supermercado. Fulanito va sin guantes tocando todo. En algunos puntos, eso de la distancia de seguridad se respeta menos que en la carretera y, en la cola, los hay quienes la aprovechan para avanzar puestos hacia la caja; señoras mayores, ancianas haciendo la compra.
Conozco a la cajera. "Voy a terminar matando a alguien". Fuera veo a una abuela llevando a su nieto a la compra.
Comienzo a dudar de esa afirmación de que el hombre sea un ser inteligente.
De regreso a casa observo tertulias, ancianos por la calle, gente paseando.
No, no somos inteligentes. 
Una vecina logra que sus hijos bajen del techo después de media hora. Costillina y Costilla resisten bien el asedio de la ansiedad.
En tuiter encuentro a cientos de médicos que se ofrecen a aconsejar; grupos que se organizan para construir ventiladores mecánicos, organizaciones de solidaridad.
Concluye la jornada con la duda sobre si la definición exacta de la humanidad tendrá que ver más con la contradicción que con la inteligencia o la imbecilidad.

lunes, 16 de marzo de 2020

Diario de un confinamiento (y II). Pedrito no avisa.

Photo by Khachik Simonian on Unsplash



Amaneció el domingo soleado, así que el plan era claro: último paseo familiar antes del confinamiento. Llegaríamos hasta la playa de El Arbeyal para ver la mar y despedirnos de él antes de regresar al búnker. Al pensarlo, lloro de emoción.
Y en eso estamos, ya los tres vestidos para salir cuando Costilla mira por la ventana de la cocina y alerta: "No veo a nadie por la calle, muy extraño". Inmediatamente, entramos en los digitales. La información de los medios nacionales no destaca por su claridad. Así que recurro al BOE sin dudarlo. La redacción es clara: las medidas empezarán con su publicación. Y está publicado, joder, Pedrito no avisa. No, matizo. Avisa el viernes de que el sábado declarará el estado de alarma para el sábado decir que será desde el lunes para luego decretar que es desde el domingo. Sí, al final de su comparencia lo dijo, pero yo no llegué ahí.
Regreso al BOE. Después de leerlo, los tres miramos por la ventana antes de que Costilla sentenciase: "No podemos salir". A mi me adjudican el papel de Robert Neville y me toca ir por pan, empanada y, de paso, cargo bollería para el desayunar el lunes. Si vamos a morir por el encierro, por lo menos que disfrutemos del hojaldre.
Por la calle, apenas hay gente. A la entrada de la panadería, tres personas nos distribuimos en cinco metros. Me sorprende el civismo de mis convecinos. Esto no parece España. Y desde luego que no lo es. El cuarto ya se pasa por el forro las distancias de seguridad y al sexto le falta un pelo para abrazarnos.
Tarde de teletrabajo. Costilla no para de inventar juegos para Costillina. Y ella para nosotros. "Papi, te puedes inventar un cuento con las palabras chapa, libro y valla; y que salgan los animales pavo real, vaca rosa con manchas amarillas y llama o alpaca, que no son iguales pero se parecen". Sí, hija, sí; otra cosa es lo que salga (mejor no pregunten). Para compensar, empezamos a leer Maus. Algunos dirán que no es un libro para una niña de nueve años. Pero tampoco un confinamiento lo es. 
De noche, mientras me quedo dormido, tan sólo puedo dar gracias a Dios por las dos mujeres que me acompañan en estos días. Desde luego que aciertan al mandarme a por víveres. Soy el que menos vale del equipo.

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