sábado, 21 de marzo de 2020

DUC (y VII). La compra desoladora.

Photo by Markus Spiske on Unsplash





Lo más duro del confinamiento no es permanecer en casa, no. Lo peor me está resultando ir de compras. Me angustia. Desde el primer momento, cuando empiezo a preparar el protocolo de prevención, sabiendo que por muchos guantes y desinfectante que lleve habrá algún momento de hipotéticos contagios cruzados. Es inevitable.
Sales a la calle, coges el coche y te vas a la cola. ¡¡Una cola para comprar!! Lo había leído, lo había visto en documentales sobre las dictaduras comunistas y aquí me lo encuentro, lo vivo. Sigue la angustia. Y la cantidad de gente mayor que encuentras por la calle. En mi comunidad nos hemos ofrecido todos para apoyarnos, pero veo que hay gente que no tiene esa suerte. O que se emperran en salir.
Entras en el supermercado y la angustia sigue. Ves a los trabajadores protegidos, con sus mascarillas y guantes. Y piensas en su angustia, que puede ser la tuya cuando te toca abandonar el búnker, sólo que ellos lo hacen a diario. Es duro no saber si regresas a casa con el virus, desconociendo si la mampara de protección servirá o no. ¿Vivirán con sus padres, tendrán enfermos en el hospital y no pueden ir a verlos?
Recorres la tienda y, aunque está abastecida, no faltan algunos lineales vacíos. Se reponen, no paran los camiones y les das gracias por ello. Pero no poder llevar lejía densa te genera la duda de si tendremos recursos para alcanzar la victoria.
Caminas por el supermercado y lees las pegatinas en el suelo recordando la distancia de seguridad. Muchos las respetan; otros no. En la carnicería, le indican a una señora que mantenga la distancia de seguridad, como indica el suelo. "No sé leer", dice y por su tono y la incapacidad de saber que su número (el 80) es el turno ("tengo un ocho y un cero") piensas que igual es verdad, que es semi analfabeta y alimentas la angustia.
Que no cesa en la cola y miras el móvil y te das cuenta de que ya inicias los contagios cruzados...
Sí, es lo más angustioso. Ya en casa, en el búnker, das cuenta a Costilla de que has hecho la compra y que durante los próximos tres o cuatro días, salvo por el pan fresco, no habrá que salir. Y estás tranquilo, y ahí, en esa tranquilidad es cuando lloras y hablas: "Es desalentador salir, ver la gente que pasa de todo y los que se preguntan; la angustia de vivir un estado de guerra".

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