lunes, 12 de agosto de 2019

La Comunión de Costillina



Photo by 
Grant Whitty on Unsplash

De todas las cosas que me van pasando este año, la más emocionante, sin dudarlo un segundo, ha sido la Primera Comunión de Costillina. Fue un momento emocionante, trascendente, tanto por el recuerdo de quienes no están físicamente con nosotros como por las presencias y el paso en la vida que implica una ceremonia de ese tipo.
Porque es indudable que una celebración de este tipo tiene mucho de rito de paso, de abandono de la infancia para acercarse a la preadolescencia, de evolución para el comulgante y también para su familia.
Pero existen muchas más dimensiones en una Primera Comunión y que, conociéndolas, aportan su valor, realzan el momento.
Me parece fundamental vivirla como un acto familiar, durante todo el proceso hacia ella como en su celebración y la vivencia posterior a la Comunión. Es un enriquecimiento para todos. El diálogo de la familia se refuerza, se vive con más intensidad.
La Primera Comunión también es una fiesta. Y eso es muy importante. No sólo por la fiesta en sí, sino porque se aprende que la verdadera fiesta es la que dispone de un sentido. Sabiendo lo que festejamos, el festejo se disfrutará con mucha mayor plenitud.
Y, lo más trascendente de todo este jolgorio, es la idea de Dios que se encuentra detrás de la Primera Comunión. Dios como amor, Dios como familia, Dios como fiesta y como vida.
Lo más difícil de la Primera Comunión es vivirla en esa dimensión plena, pero, cuando se alcanza, se goza de una manera extraordinaria. 

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