Conozco a varias personas que siguen a Federico Jiménez Losantos. Por alguna de ellas, incluso, pondría la mano en el fuego para defender su bondad y honestidad. Por eso me inquieta especialmente su reacción ante la nueva sentencia judicial. Con todos los problemas que tiene la justicia en España, que los tiene, no podemos negar su importancia para el funcionamiento del sistema. Habrá sentencias que nos gusten, que entendamos y que aplaudamos, también algunas que nos sorprenden y no entendemos, de famosos y de personas anónimas. Pero el sistema legal es la forma de resolver las diferencias de forma civilizada, razonada. Lo contrario sería abrir el camino a ley del más fuerte, a la jungla, al genocidio de los que somos más débiles.
No me gusta Federico Jiménez Losantos ni el periodismo, donde la difamación, insulto e incluso mentira ocultan otras virtudes. Por eso me parece muy bien que los afectados de sus dardos lo lleven a los tribunales y, al menos en primera instancia, ganen.
Ahora bien, lo que me preocupa e inquieta es la reacción de esos miles de oyentes, de personas tranquilas y sosegadas que, cuando reciben la noticia de la condena, pasan de la descalificación de todo el mundo ("son todos iguales, a él también lo han insultado"), al rechazo del sistema democrático ("los jueces están comprados") y, sobre todo, asumen que la crítica y la discrepancia conllevan el insulto y la difamación. Y todos sabemos que se puede discrepar de unas ideas, cuestionar una gestión, rechazar una oferta sin insultar. Porque el primer día lo llamamos bobo, después bobo del culo, seguimos con las alusiones a la familia y terminamos arreglándolo todo a bofetadas. Y eso no puede ser.
No me gusta Federico Jiménez Losantos ni el periodismo, donde la difamación, insulto e incluso mentira ocultan otras virtudes. Por eso me parece muy bien que los afectados de sus dardos lo lleven a los tribunales y, al menos en primera instancia, ganen.
Ahora bien, lo que me preocupa e inquieta es la reacción de esos miles de oyentes, de personas tranquilas y sosegadas que, cuando reciben la noticia de la condena, pasan de la descalificación de todo el mundo ("son todos iguales, a él también lo han insultado"), al rechazo del sistema democrático ("los jueces están comprados") y, sobre todo, asumen que la crítica y la discrepancia conllevan el insulto y la difamación. Y todos sabemos que se puede discrepar de unas ideas, cuestionar una gestión, rechazar una oferta sin insultar. Porque el primer día lo llamamos bobo, después bobo del culo, seguimos con las alusiones a la familia y terminamos arreglándolo todo a bofetadas. Y eso no puede ser.