martes, 9 de marzo de 2021

La oración del ateo

 


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No es la primera vez que estoy en un apuro, y de los gordos. Estamos, porque de lo que voy a hablar necesita de la presencia de varias personas. Ese es el elenco: plural. Y, de repente, un problema. El que sea. Pero una situación límite: quedar encerrados en un ascensor, que el coche se cale y falle el freno de mano subiendo un puerto de montaña; un bloqueo de las comunicaciones en el periódico cuando queda media hora para el cierre; una enfermedad que sólo empeora...

Y, en ese elenco plural, siempre hay una persona de buena voluntad (porque existen) que pregunta: ¿qué puedo hacer? Y la respuesta es clara: rezar. Todos estamos haciendo todo lo posible. Ya sólo queda rezar, reza. Entonces es el momento de una terrible confesión: ¿qué hago, si soy ateo, o atea? En función del dramatismo de la situación (el grado de pendiente del puerto; lo apurado de la situación) podemos tener como interlocutor a una víctima de la LOGSE, que no sabe ni el Padrenuestro.

Soy ateo, no sé rezar, insiste. Incluso te pide que reces tú, que vas a misa y proclamas tu fe. Sí, amigo, amiga; yo ya estoy rezando desde hace un rato y nada cambia. Si Dios escucha tu voz, la voz de un ateo, se dará cuenta de lo extremo del problema; comprenderá que no es una exageración de este pobre pecador; verá que una oveja perdida se acerca al redil y tendríamos más posibilidades de salvar esta complicada situación.

Así que amigo lector, si usted es ateo, o atea, rece. Rece sin motivo, aunque sólo sea por agradecer la vida; rece para que, cuando sea necesario, no se encuentre desacostumbrado. Rece porque, incluso en la noche, el silencio es hermoso.

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