Hace unas semanas, me acerqué a un comercio. Los encontré en la puerta, cerrando con llave. "¡Qué fastidio!, por unos minutos. Vengo en otro momento". No hizo falta porque giró la llave y ella, que no es la propietaria, entró y realizó la venta.
Días después, me sucedió lo mismo en una oficina de correos. Sólo que, en esa ocasión, el trabajador se limitó a indicarme el cartel donde me informaba el horario.
Son muchos los ejemplos que demuestran que el ritmo y la actitud laboral del sector público es diferente al del privado. Tal vez sea de necios cuestionar la existencia del sector público. Dejar servicios como Correos, la Sanidad o la Educación en manos exclusivas del sector privado puede implicar que una buena parte de la población quede sin ellos.
En todo caso, los trabajadores y gestores de lo público deben asumir que es necesario incrementar sus rendimientos o, por lo menos, asumir una cierta fiscalización de la sociedad de la que se alimentan vía impuestos y gracias al monopolio de la violencia que concedemos al Estado.
Tal vez la crisis sea el momento adecuado para examinar si el funcionamiento y rendimientos de esas actividades son las adecuadas; si es necesario abrir más campos a los gestores privados con una supervisión y fiscalización.
Es un debate complejo, apasionante y, creo, necesario. Más allá de pagas extraordinaria.