jueves, 23 de febrero de 2023

Límite 30

 


Foto de Tungsten Rising en Unsplash


Llevamos ya un tiempo con el límite de treinta kilómetros por hora asentado en la ciudad. Cierto es que gracias a él he podido evitar algún que otro susto. De igual manera que a diario se convive con conductores que no lo respetan, pero esos cafres siempre han existido. Y también es cierto que, en algunos puntos de las ciudades, uno se hace un lío entre una calle que te permiten cincuenta kilómetros, un tramo que no, un carril bici que aparece o se condiciona a la presencia o no de los vehículos de dos ruedas.

Sin embargo, lo que me tiene perplejo es cómo los ciudadanos asumimos estas normas sin ningún tipo de problemas. Aparece  un día el gobernante de turno, nos dice: límite a noventa para ahorrar. Y límite a noventa. Luego llega el momento en que podemos dejar de ahorrar y nos permiten ir a ciento viento o a cien. Lo que decidan ellos por las razones que ellos sólo conocen y que no se dignan a explicar.

El Estado es, hace tiempo que lo es, un monstruo desbocado que no para de restar espacio a la sociedad. La novedad es que cada vez ocultan más las razones de sus comportamientos. Y lo curioso es que todo eso se da en la época de la transparencia en la que, se supone, más nos iban a informar y, sin embargo, es todo lo contrario.

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