Uno, ante la oliva, se vuelve humilde y fascinado. Resulta fácil rendirse ante un fruto capaz de revelar la grandeza humana y nuestras contradicciones. Triturada se convierte en el origen del mejor aceite del mundo, lo que la hace merecedora de todos nuestros respetos.
A partir de ahí, cuando abandona su paternidad y maternidad para convertirse en aceituna alcanza otra categoría, otra dimensión. Puede convertir el aperitivo en uno de los grandes momentos del día; salvar una pizza o dar un toque de distinción a cualquier ensalada.
Cualquier viaje a Andalucía implica el placer de poder descubrir alguna variedad nueva. O un aliño nuevo. Hace unas semanas, en Gijón disfruté de unas aceitunas aliñadas con ajo y orégano extraordinarias.
Personalmente, siento devoción por las rellenas de anchoa y prefiero las verdes a las negras; sin hueso a con huesa. Aunque, a la hora de la verdad, uno siempre disfruta con una ración de aceitunas.