jueves, 4 de septiembre de 2008

El desmentido de Aznar

El teletipo escupió la noticia: "José María Aznar desmiente cualquier tipo de relación con el embarazo de Rachida Dati".
-Ah, pero ¿estaba relacionado con la Ministra de Justicia?, me pregunté antes de pensar si yo también tendría dar un comunicado similar. Y Carlos Sastre, que en julio estuvo por París. Mariano Rajoy no debería ser menos y José Luis Rodríguez Zapatero deberá explicar que eso de la Alianza de las Civilizaciones no plantea esas coyundas. O sí, que todo se puede negociar.
Superada la sorpresa inicial, al margen del feliz de estado que nos ilustra la fotografía de La Provence, uno se entera de que la nota del ex-presidente surge a partir de un confidencial marroquí donde se le atribuye la paternidad. Ah, José Mari, pillín, desde que te dejaste el pelo largo y sales por el mundo, nadie se te resiste.
El rumor siempre fue un arma cargada de disgustos y dolor. Las falsedades y mentiras de antaño se difunden hoy con rapidez vertiginosa y las personas deben tomar la iniciativa para evitar calumnias que dañen a su familia. Son virus de nuestra sociedad, elementos patógenos que se avivan con este maravilloso instrumento que es Internet y que, tan sólo, nos deben invitar a usar esta maravilla que nos da tanto placer y felicidad con un poco de sentido común, con humanidad, respetando a la gente y, si queremos jugar a ser periodistas, asumir que el rumor no es noticia y que los hechos deben verificarse antes de darlos por ciertos. Y, si son opiniones, decir que son tales, no dogmas.

Las heridas del tiempo

Se equivoca, una vez más, Mariano Rajoy cuando declara que desenterrar los desaparecidos y muertos en fosas comunes de la Guerra Civil es abrir las heridas del tiempo. No, no se abre ninguna herida; en todo caso se contribuye a cerrarla, a dar a nuestro presente humanidad para poder enterrar a los que se fueron. Iniciar juicios políticos sería un error pero no debe ser esa la intención de Baltasar Garzón. De hacerlo, se habría convertido en un heredero ideológico del franquismo, que trató de apoderarse de un parte de España y excluir a todo el que no pensaba como él. Después de cuarenta años de paz y ciencia ya no necesitamos más salvapatrias. La grandeza de nuestra democracia es que después de una salvajada como la que se vivió en la década de los 30, los españoles se comprometieron a que España sería de todos, no de unos pocos.
El miércoles La Voz de Avilés aportaba datos de un estudio de la Universidad de Oviedo sobre las víctimas de la Guerra Civil en Asturias:
  • Fallecidos en combate: 12.000 personas.
  • Víctimas civiles (bombardeos, balas perdidas): 1.000 personas.
  • Represión republicana: 1.900 personas.
  • Represión franquista: 6.700 personas.
De muchas de esas personas, sus familias saben su tumba, el lugar donde honrar su memoria, de respetar la dignidad de los muertos. De otros no, tan sólo lo sucedido. En la Guerra hubo vencedores y vencidos, aunque, insisto, todos fuimos derrotados. No se trata de enjuiciar, sino de cerrar el dolor de muchos. Aún sabiendo que, bastantes, jamás tendrán una tumba donde descansar. Pienso, por ejemplo, en el padre jesuita Gregorio Ruiz, que, a sus 23 años, fue atado a una piedra y tirado a la bahía de Santander por enseñar Latín en el Seminario de Comillas y no renegar de Dios. Es una historia y, para nuestro dolor, sabemos que existe un amplio abanico donde escoger. En su bitácora, Manuel Colero da cuenta de otro relato terrible. Y...
El error, el único error de todo esto, es que el origen sea una investigación judicial. Esta misión debe atender a todos los españoles, con independencia del bando en el que militaron. Y debe enfocarse desde el Parlamento, representación democrática de todo el pueblo, con una comisión con los suficientes recursos económicos para rescatar la memoria de las víctimas de la violencia y el odio. A, ellos podrán descansar en paz y nosotros aprender la lección de que el odio y el fanatismo sólo nos conducen a un callejón sin salida.

LinkWithin

Related Posts with Thumbnails