domingo, 27 de septiembre de 2009

Excursión por el Himalaya

Cumplía los sesenta años o más. Pero no dudó en sumarse a una excursión por el Himalaya, uno de esos viajes que te cuestan una riñonada y parte del hígado para caminar diez horas diarias, dormir en tiendas de campaña y comer comida calentada sobre excrementos de yak. Toda una aventura. Pero él quería ir y, sobre todo, refugiarse durante un par de semanas en un monasterio budista, durmiendo como los monjes, duchándose en agua helada y comiendo arroz insípido. Buscaba una experiencia mística.
Muy bien, allá cada uno con su dinero y su conciencia, con la necesidad de sentir la eternidad, la acción de la Gracia, pero con la cantidad de monasterios que existen en Europa, tal esfuerzo me parece un derroche un tanto absurdo. Derroche por el dinero, por el gasto en salud y por la ganancia espiritual. Porque, por muy espirituales que sean, los budistas tan sólo le iban a enseñar a un Dios distante, inaccesible, un jódete porque la vida es muy complicada y lo seguirá siendo. En cambio, la Cruz cristiana le aportaba otra experiencia, un alégrate porque la vida es muy jodida, mucho más de lo que podemos pensar, pero Dios nos quiere y está con nosotros, está contigo. Te ama a ti y a mí de una manera personal, se entrega por ti y por mí, por todo el mundo.
Y todo eso, al lado de casa, sin tener que viajar al Himalaya.

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