Cada año que pasa es una de las pruebas que afronta cualquier pareja: ir de rebajas. No sólo por el hecho de ir, sino por todos los peligros que encierran.
Primero es el concepto de rebajas, lejano a la mente masculina. Podemos entender que necesitemos una nueva camisa para reemplazar una rota o aprovechar un buen precio para comprar algo que necesitemos. Pero eso de comprar porque sí, porque es el 7 de enero resulta extraño. Y más después de tantos años sin saber de la existencia de las tiendas. Llegabas a casa del colegio y en la habitación aparecía la ropa. Sólo había que probarla.
El segundo peligro son las dependientas, amables, hermosas y con esos trajes tan morbosos. ¿Qué es el morbo? Resulta difícil de definir. Me quedo con esa combinación de belleza, prohibición y atracción. Ya, nunca pasa nada. ¡Pero es tan corto el amor y tan largo el olvido!
Y, por último, el gran peligro: la tarjeta, de crédito o débito. Ambos sexos se preocupan por ella. Pero donde ellos intentan que se encuentre tranquila en la cartera, ellas consideran que es un objeto para exhibir.
Y, por último, el gran peligro: la tarjeta, de crédito o débito. Ambos sexos se preocupan por ella. Pero donde ellos intentan que se encuentre tranquila en la cartera, ellas consideran que es un objeto para exhibir.
Por todo esto deberían catalogar las rebajas como zona de riesgo para las parejas.