El mejor día para ir de compras es el viernes después de comadres. Cierto que la cajera suele andar un poco lenta de reflejos, pero entonces te fijas y buscas al cajero y sales rápido. Por lo demás, el local está tranquilo. Pocas mujeres y las que acuden arrastran el carro casi sin fuerza. Se deslizan baldosa a baldosa, suspirando y comprando lentamente.
En cambio, un sábado por la mañana es un momento peligroso. Uno, por ejemplo, a la hora de ir a pagar casi pega con el palo de la fregona a la cajera. Menos mal que la chica anduvo rápida de reflejos. De lo contrario, a esta hora estaba en Comisaría declarando.
En el pasillo de conservas, un adolescente sigue a su madre. Yo camino detrás de él, buscando las latas de bonito. ¿Por qué no seguirán todos los supermercado la misma ordenación? Suena los Bee Gees y el chaval suelta el carro, gira sobre si mismo, lanza un gritito y pilla la primera lata a mano que lanza sobre el carro.
-Josua, déjate de tonterías
Pero Josua sigue ajeno a los consejos maternos y sigue con su particular recolección. Hasta que se lleva por delante a un par de consumidores.
Luego está la cola larga y la pelea con las veteranas para encontrar el mejor sitio. Menos mal que hoy llevaba el palo y lo usé en plan Bruce-Lee.
-Señora, que tengo que blogear.
-No me diga guarradas, que soy una viuda decente.
Desde luego, los sábado no es aconsejable ir al supermercado.