martes, 16 de noviembre de 2021

Gurb en Asturias


Photo by Rebe Pascual on Unsplash


Si Gurb regresase al planeta Tierra y, por casualidades de la vida, cayese en Asturias no tengo dudas que informaría a sus congéneres de que se trata de uno de los mejores lugares del mundo, incluso un lugar donde veranear.

"Sólo por Asturias, habría que salvar la Tierra". Estoy seguro de que lo afirmaría con tal contundencia que sus superiores le pedirían más razones. Diría que sus gentes son amables, que los paisajes son hermosos, tanto en la montaña como en la playa, hablaría de la sidra y del vino de Cangas, de los licores, de los quesos, de la huerta y del ganado; de la pesca y de la fruta; glosaría los restaurantes, las sidrerías, las terrazas donde poder sentarse a disfrutar de la vida. 

Y, entonces, llegaría la pregunta clave. "¿Acaso no tienen problemas?" Sólo uno, respondería Gurb. "El bable" y dejaría sobre la mesa los soportes informáticos con los miles de tuits, los cientos de noticias e intervenciones radiofónicas.

"¿No les preocupa la demografía; los datos apuntan que se acercan a nivel de no retorno, en el que no habrá reemplazo de los mayores por los jóvenes?" Bueno, algo dicen, pero lo que más le preocupa es el bable.

"¿Y los precios de la energía?". Un poquito, pero, y ciertamente, es curioso siendo una región con industria que necesita una gran cantidad de energía apenas se habla del asunto. No se plantea la construcción de una central nuclear para asegurar el suministro estable y a buen precio, ni hay debates. Lo más importante es el bable. Y e impuesto de sucesiones.

"Los impuestos son importantes en todas partes. ¿Y el medio ambiente?" Bueno, algo, un poquito; pero nadie se lo toma en serio. La clave en los debates políticos es el bable.

"¿Y qué es el bable, Gurb, qué es el bable?"



Photo by Rebe Pascual on Unsplash

 "Ohh, curiosos esos asturianos. ¿Y qué es el bable, Gurb, que es el bable?"

Es el idioma milenario de los asturianos. También lo llaman asturiano. Antón de Marirreguera, en el siglo XVII, es el autor del primer texto literario de importancia, aunque  algunos estudiosos rastrean la presencia mucho antes. Es un tema interesante para nuestro filólogos.

"Suponemos que el gobierno persigue al clave y, de ahí, ese interés".

A lo largo de la historia, la situación ha cambiado. En la actualidad, el gobierno ha permitido que el asturiano, o bable, sobreviva. En los años 70 del pasado siglo era un lenguaje residual, sólo pervivía en ámbientes rurales y apenas tenía prestigio cultural. Sin embargo, un grupo de jóvenes escritores lo reivindicó y potenció. Después el gobierno regional empezó a apoyarlo con recursos económicos para la normalización. Y lo sigue apoyando, pagando a gente que publique libros en asturiano, para que se use en los medios de comunicación, en el teatro... Todo ese esfuerzo ha convertido al asturiano en una lengua culta y reconocida.

"Entonces, ¿está prohibido?"

No. En mi anterior viaje ya os conté el tema de las autonomías. El gobierno autonómico permite que la gente se dirija a él en asturiano, también apoya a los ayuntamientos. Y está previsto que se firme acuerdos con el gobierno central. 


"Gurb, ¿nos estás vacilando; dónde está el problema? ¿La gente lo habla?"

Bueno, eso es un misterio. Algunos dicen que lo hablan más de la mitad de la población, pero en mi estancia en Asturias no encontré a nadie que lo hablase. Lo he preguntado y me dicen que lo hacen por educación, y más cuando eres de otro planeta; pero no escuché mucho bable, la verdad. Sobre todo, lo hablan las personas que lo reivindican.


"Vaya, ciertamente, es curioso. Un idioma de prestigio, salvado por la administración, fundamentalmente mantenido por la administración y con hablantes ocultos. ¿Y qué piden?

La oficialidad. Aunque, en asturiano, se dice oficialidá.

"¿Y qué es la oficialidad, Gurb, qué significa?"

No lo sé, no lo explican. Sólo lo piden.

"Curiosos los asturianos. Casi mejor hablamos de los quesos, por cual empezamos la cata".

martes, 2 de noviembre de 2021

¿Quién rinde la bandera?

 


Photo by Sonya Pix on Unsplash


Llevo muchos años luchando contra Jaloguín. Tantos que el pasado jueves, en la víspera del macropuente escolar, al ver a todos los alumnos de Infantil en el colegio de Costillina,  entrando a clase disfrazados de brujas, demonios, trasgos, magos, momias y todo tipo de ser espectral, comprendí que la batalla, la primera batalla, ya estaba perdida. Posiblemente lleva mucho tiempo perdida y yo he sido el que ha tardado en darse cuenta.
Ahora, lo que nos queda, si podemos, es negociar la rendición con cierta dignidad; la suficiente para seguir disfrutando de nuestras costumbres: los buñuelos de viento, los huesos de santo; el recuerdo a quienes no están ya con nosotros... 
Jaloguín ha venido para quedarse un buen tiempo. ¿Quién se resiste a una fiesta? Y más aún cuando ofrece diversión y alegría, disfraces y dulces. Lo poco que podíamos contraponer, la representación de Don Juan, los dulces propios de estas fechas, llevan tiempo en franca retirada y casi ni los reivindican los nostálgicos. 
Celebramos, celebran Jaloguín, con la capa superficial; como sucede con la Navidad. Esperamos que, al contrario que en las sagradas fiestas de diciembre, la invasión no vaya más allá y no implique asumir una idea de un mundo triste y con miedo, donde los vivos se disfrazan de muertos para evitar ser arrastrados al más allá. Es terrible vivir con miedo.

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