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Llevo muchos años luchando contra Jaloguín. Tantos que el pasado jueves, en la víspera del macropuente escolar, al ver a todos los alumnos de Infantil en el colegio de Costillina, entrando a clase disfrazados de brujas, demonios, trasgos, magos, momias y todo tipo de ser espectral, comprendí que la batalla, la primera batalla, ya estaba perdida. Posiblemente lleva mucho tiempo perdida y yo he sido el que ha tardado en darse cuenta.
Ahora, lo que nos queda, si podemos, es negociar la rendición con cierta dignidad; la suficiente para seguir disfrutando de nuestras costumbres: los buñuelos de viento, los huesos de santo; el recuerdo a quienes no están ya con nosotros...
Jaloguín ha venido para quedarse un buen tiempo. ¿Quién se resiste a una fiesta? Y más aún cuando ofrece diversión y alegría, disfraces y dulces. Lo poco que podíamos contraponer, la representación de Don Juan, los dulces propios de estas fechas, llevan tiempo en franca retirada y casi ni los reivindican los nostálgicos.
Celebramos, celebran Jaloguín, con la capa superficial; como sucede con la Navidad. Esperamos que, al contrario que en las sagradas fiestas de diciembre, la invasión no vaya más allá y no implique asumir una idea de un mundo triste y con miedo, donde los vivos se disfrazan de muertos para evitar ser arrastrados al más allá. Es terrible vivir con miedo.
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