viernes, 24 de abril de 2015

Retorno a los libros

Foto: Facultad de Ciencias Humanas, Universidad de San Luis, Argentina



Entre las muchas cosas buenas que me ha supuesto ser padre se encuentra el descubrimiento de la literatura infantil. Como lector adulto siempre me fijaba en ella. Sus cuidadas ilustraciones, los marcapáginas de Kalandraka eran suficientes argumentos argumentos para acercarme a esas estanterías, pero poco más.
Hasta que comenzó el momento de tener que leer libros a Costillina. Los libros que le dejan en el cole, los libros que le regalamos, los libros que ella coge en la biblioteca. A uno le gustaría que su hija fuese lectora y, de la misma manera que la acompaño cuando empieza a caminar, también me toca acompañarla cuando empieza a leer. Supongo que en ese itinerario habrá muchas teorías y más prácticas. Yo carezco, por el momento, de discurso teórico y mi práctica es sencilla: no forzar, leer juntos y tratar de que disfrute del momento de la lectura. 
Y, en ese placer compartido, uno descubre autores que nunca había pensando leer, textos valiosos, comprometidos con valores, la belleza estética del libro como objeto que, en ocasiones, se pierde en la literatura para adultos. 
Suficientes argumentos como para aprovechar ese tiempo de felicidad con la lectura compartida y, a partir de este momento, escribir de vez en cuando en mi Archipiélago sobre literatura infantil.
Y, a todo esto, una pregunta, ¿qué etiqueta pongo? No usaré la de literatura infantil. Las etiquetas y los géneros están bien por razones comerciales, para fijar pactos de lectura y análisis filológicos. Pero en la bitácora de un aficionadillo no cabe. Hablo de literatura sin más. Y las etiquetas del autor, como en lo que venía haciendo hasta el momento. Es mi pequeño grano a la reivindicación de la literatura infantil como literatura con mayúsculas.

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