Escucho a la diputada del Partido Popular Alejandra Cuétara dirigirse al consejero de Economía Jaime Rabanal. Le reprocha una actitud que ha provocado "mal rollo". Tan sólo faltó decir, tío, si es que ahora se lleva, pues el lenguaje popular también sufre sus modas. Y está bien que el sentir de la calle alcance el Parlamento, pero no hasta esos extremos que caen en lo vulgar y la ignorancia. El lenguaje es muy importante, tan importante que es el instrumento con el que analizamos la realidad y nos atrevemos a expresarla. Incluso crearla en el mundo de la ficción y la poesía.
Por eso es extremadamente importante ser preciso en su uso. En un ambiente familiar caben ciertas ligerezas, pero en una sede parlamentaria no. Porque en un sistema democrático liberal, el Parlamento es donde se debaten, analizan y abordan los problemas. Y sin un lenguaje exacto igual no podemos analizar bien los problemas y, por lo tanto, intentar resolverlos. El lenguaje de Alejandra Cuétara no se encuentra a la altura de una parlamentaria. Demuestra dejadez propia de quien se siente al margen de la sociedad a la que dicen servir, ignorancia o incapacidad para abordar su labor. Es un ejemplo verbal de una política convertida en una oligarquía en una dimensión diferente a la sociedad a la que dicen servir. Y eso sí que da mal rollo, tía.
Por eso es extremadamente importante ser preciso en su uso. En un ambiente familiar caben ciertas ligerezas, pero en una sede parlamentaria no. Porque en un sistema democrático liberal, el Parlamento es donde se debaten, analizan y abordan los problemas. Y sin un lenguaje exacto igual no podemos analizar bien los problemas y, por lo tanto, intentar resolverlos. El lenguaje de Alejandra Cuétara no se encuentra a la altura de una parlamentaria. Demuestra dejadez propia de quien se siente al margen de la sociedad a la que dicen servir, ignorancia o incapacidad para abordar su labor. Es un ejemplo verbal de una política convertida en una oligarquía en una dimensión diferente a la sociedad a la que dicen servir. Y eso sí que da mal rollo, tía.
Que razón tienes, Fernando. Oye, yo a los trabajadores de lo mío los tengo currando cagados, desayunados y con el periódico leído.
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