Regresa la lluvia y nos da la vida, nos permite respirar después de unos días ahogados por el sol y el viento. Respiramos y vemos un paisaje diferente, tamizado por la niebla y la bruma, por el orbayo y la nostalgia.
La grúa del puerto se convierte en una estatua futurista, en una oda al pasado que nos alimentó y el futuro que nos ilusiona. La belleza, como siempre, reside en nuestra mirada, en nuestro corazón, en nuestras ilusiones.
Lo peor de que hoy arranque el Intercéltico es que hace 16 años lo hacía por primera vez y uno estaba de testigo. Es decir, que el tiempo pasa de una manera sorprendente, al menos para uno. Y, así, haciéndome viejo más rápido de lo que quiero, veo el calendario y recuerdo que el próximo jueves, a eso de las 20.30 en la carpa principal del Intercéltico, o sea el bar, se celebrará la I Kdda Intercéltica.
Así que aprovecho para invitar a los escasos lectores de Archipiélago a sumarse a la fiesta, acudir, compartir y disfrutar.
En el caso de Intereconomía, existe, además, un agravante. Ellos juegan a la bandera de católicos. Quieren ser un grupo de comunicación católico. Defienden el derecho a la vida y rechazan el aborto, informan de la Iglesia sin miedos ni prejuicios. Eso está bien.
Pero mirando sus contenidos no aparecen otros valores igual de fundamentales: no se ve el respeto a la dignidad y el valor de la persona humana, ni un esfuerzo para potenciar el desarrollo de la comprensión y la tolerancia a las que aludió Benedicto XVI en 2009 en su mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones.
Y ser católico no es portar una bandera, sino una forma de estar en el mundo.
Desde su lanzamiento como un grupo mediático con radio, televisión y periódico, Intereconomía se ha caracterizado por no ser políticamente correcto. Adscrito a las posiciones más conservadoras, han atizado al gobierno por todos los lados posibles. Y, si no los había, los buscaban.
Hasta ahí todo correcto, pues cada uno organiza su casa como quiere. El problema es cuando de las críticas se pasa al insulto, a la burla, a la difamación... Una persona puede salir y gritar una expresión de rabia. Decir: "hijodeputa" porque la constructora que te vendió el piso se niega a arreglarte las grietas del baño o las ventanas que pusieron mal por ahorrarse tres euros no deja de ser una pataleta, una muestra de impotencia que, a lo largo, se convierte en estoicismo. Poco más. O incluso decir que X empresa demuestra escasa profesionalidad porque son incapaces de entregar sus pisos a tiempo o con muchos defectos. Incluso recomendar a la gente desde la experiencia profesional que no compre viviendas de P. Son ejemplos de libertad de expresión que hay que respetar. Igual que cuando aparece un anónimo y dice que esta bitácora es una mierda. O si alguien aconseja que no se lea Archipiélago Avilés. De acuerdo, es la libertad en la que nos movemos.
El problema es cuando se cae deliberadamente en el insulto y en la descalificación, que es lo que viene haciendo Intereconomía en los últimos meses. Y, claro, existe un Código de regulación para las televisiones que incumple. El siguiente paso son las sanciones y, antes del recurso, ya empiezan los lamentos...
Se ataca la libertad de expresión, lloran. Pero no. Sancionar a una televisión por burlarse de un mendigo o ridiculizar a una opción sexual de forma consciente y reiterada no es un ataque a la libertad de expresión, sino marcar el terreno de juego en el que nos movemos.
Actividad tras actividad, el Centro Niemeyer suma éxitos locales mientras algunos de sus admiradores, entre los que me encuentro, esperamos conocer las líneas de su programación, no la sucesión de fuegos artificiales que, hasta ahora, venden para solaz de los políticos. Quiero decir, si uno acude al Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona sabe lo que puede encontrar en él, aunque desconozca las actividades del día. Al igual que si visita el Museo Reina Sofía.
Ahora bien, si hoy estuviese abierto el Centro Niemeyer, ¿qué encontraríamos? De momento, en este año sólo nos han dado dos opciones: o los fuegos artificiales o la reprogramación de actividades que, con éxito, ya se han realizado en Asturias.
Cierto es que la ausencia de unas instalaciones propias les ha lastrado y justifica ese vacío, aunque podían haber tejido algo más de lo hecho hasta ahora. Por ejemplo, hubo un momento que parecía que el Centro iba a apostar por el diálogo entre el África Negra y Europa, pero, tras un par de eventos (Soyinka, N´Dour) todo eso se ha diluido a la espera de conocer el primer año triunfal.
Mucho hablar del pulpo Paul y de los cefalópodos, pero ¿y si todo se debe a la ausencia de Manolo, el del Bombo? Enfermó de neumonía y regresó a España antes de tiempo. Se perdió el partido frente Paraguay y, desde entonces, ha seguido el Mundial desde Valencia.
A su favor tiene la presencia en la Eurocopa, en la que desconocíamos a Paul. Pero, bueno... hoy estamos de fiesta...
Entre las imágenes de todo el Mundial, me quedo con una el beso de Iker Casillas a Sara Carbonero una vez que se han proclamado campeones del Mundo. Sí, ya somos campeones del Mundo y, en estos momentos de alegría, ya nos olvidamos de todo lo que han sufrido, como recordaba el propio J. J. Santos cuando Carbonero le pedía un minuto de descanso. ¡¡Hijodeputa, si tu, si tu empresa fue la primera en aprovecharse del morbo de esa relación!!
Es lo que tiene el furbó, que, cuando llega la victora, se olvidan los sinsabores y las dudas, se relegan las críticas a esa pareja...
Sólo Dios sabe lo que le espera a Iker y a Sara. Pero ayer, en la euforia de la victora, cuando Iker recordaba a su familia, a sus amigos, a los compañeros que, en la distancia, le enviaron mensajes de apoyo, hizo lo que haría cualquiera en su lugar, besar a la persona que ama. Y celebrar la victoria, la victoria.
Adela era la madre con más hijos en todo el contorno. Y la más pobre. Pero tenía algo que nos falta a casi todos. Nunca, a lo largo de aquellos años, la hemos visto de mal humor. Tenía una inteligencia natural. Y decía cosas así: "Que las represiones ejercidas sobre mí, no me lleven a la opresión de mis hijos". Era algo digno de verse.
Ceferino Suárez de los Ángeles, Relatos del Corazón, Azucel, Avilés, 2009
¡Qué no cunda el pánico! Nuestro premio San Pancracio seguirá siendo el mismo de siempre, pero hace unas semanas encontré esta imagen del santo y me apetecía ponerla para proclamar los candidatos de junio de 2010, un hombre y una mujer, unidos en la distancia por su lucha por la libertad aún a costa de su vida. Y, para los discrepantes, siempre queda la opción de declarar desierta la convocatoria. Nuestros candidatos son:
Regina Otaola, por su lucha por las libertades en el País Vasco.
Guillermo Fariñas, por su reivindicación de la democracia y libertad para Cuba sin exclusiones.
Muchas gracias a todos por participar. Las votaciones, en la esquina superior derecha, en la encuesta.
Ceferino Suárez de los Ángeles recoge en Relatos del corazón (Ediciones Azucel) una serie de vivencias de su vida sacerdotal de un hombre profundamente comprometido con Cristo y con los más necesitados. La verdad es que el título del libro sólo hace justicia al contenido en parte. Puesto que, aunque el contenido sale del corazón, más que relatos son impresiones, vivencias anécdotas, microrelatos.
Un libro que enseña a mirar la vida de una manera que será más humana, más sencilla, más hermosa.
Es suficiente una gran fotografía para fijarse en un escaparate del que se conoce la calidad de sus productos desde el primer día que se abrió, pero que siempre es igual. En cierta manera, se puede explicar como un árbol que, con las mismas ramas y hojas, compone paisajes diferentes en función de la luz y el viento.
Lo foto es un hito, el punto de atracción de la gran composición visual del escaparate. Un sencillo zapato de tacón con una gran carga emocional. Las copas que podemos llenar, los placeres a los que podemos emocionar.
Tan sólo suavizaría esos dos focos antes de entregarme a la invitación al placer que, de forma casual, encontré por las calles de Avilés.
Éramos unos críos gritando en Santa María del Mar cuando Maceda saltaba y, con un cabezazo, metía un gol a Alemania que abría el camino de España para la final del Europeo que se perdió en París en una extraña combinación de la magia de Platini y el único error que se recuerda a Arconada. Lástima de Jabulani. Todos gritábamos de alegría cuando Julio sentenció: "Joder, otra fecha histórica para recordar" para soltar a continuación todos los goles históricos que, hasta el momento, había marcado España.
El 7 de julio de 2010 añade una línea más a los deseos de un país que vive con pasión el fútbol y ve como se acerca el momento de terminar con la pertinaz sequía de triunfos. Y, nuevamente, fue un defensa, Puyol, con el partido agonizante, el que llevó al equipo a la gloria. Hasta aquí la historia se escribe de forma paralela. Llega el momento de diferenciarse y, el próximo domingo, poder cantar la victoria definitiva. Cierto es que, en aquella Eurocopa, Alemania le había metido un buen baño a España, algo que ayer no sucedió.
Pase lo que pase, como cantan los del Sporting, ya nadie nos podrá quitar la ilusión, la alegría. Avilés fue durante el partido una ciudad desierta para después explotar en alegría y gritos, ilusión y fecilidad.
Por unos minutos nos olvidamos de la realidad. Ignoramos un gobierno incompetente, una economía en ruinas, unas leyes homicidas, una oposición incapaz. Nos olvidamos de todo para gritar soy español, soy español, soy español. Y hoy, de nuevo, en la cola del paro, esperando la regulación de empleo o viviendo el día a día con angustia los españoles podrán sonreír gracias a los sueños que once bajitos en pantalón corto alimentan.
Mi tía Berta siempre me dijo que me prefería ver con un libro entre las manos que jugando con un balón. A ella le debo buena parte de mi afición a la lectura y a los libros. Sin embargo, uno es español y dedicó parte de sus juegos de infancia a eso de la pelota y el fútbol. Torpe y miope enseguida descubrí que no tenía más futuro que el placer en el juego. Y allí quedó mi historia balompédica, un deporte que, por vetarme sus puertas, nunca me atrajo demasiado.
No entiendo las pasiones por los equipos, aunque, al margen de cuestiones profesionales, reconozco haber visto media docena de partidos del Real Avilés Industrial y también el Alemania-Austria del Mundial 82. Ese día confirmé, después de haber animado todo el partido a Argelia y pedir a gritos el beso de los novios, además de increpar a un negro que se parecía a Pelé y andaba por el palco, que el fútbol no era lo mío. Y, cuando los argelinos salían de El Molinón gritando "Gracias España" bajo su bandera tricolor me emocioné, descubriendo la belleza que también se esconde detrás de las injusticias.
Todo esto viene porque hoy, como todos los españoles, vivo con el corazón en un puño pensando qué puede pasar en la semifinal del Mundial. Me gustaría que ganasen, desde luego, pero todo, sobre todo, que hagan lo que hagan que sea con la cabeza bien alta, sin rendirse, invocando al buen fútbol que, de vez en cuando, entra en el salón de casa y provoca que uno cierre el libro para ver la televisión y gritar: "Villa, Villa, maravilla".
No me gusta el burka. La primera vez que lo ví, me impresionó ese bulto negro que oculta lo que lleva y le concede una visible invisibilidad, oculta ante la sociedad a una persona al tiempo que se subraya que no es una persona, sino un objeto con un propietario que lo guía y ordena.
No me gusta el burka, pero tampoco me gusta que se prohíba. Estamos prohibiendo un símbolo religioso y cultural. Cuando lo vetamos, aceptamos la misma lógica que impide que yo lleve un crucifijo en Arabia Saudita, pues va contra sus creencias y culturas. Convertimos un valor humano en un sujeto de la dictadura del número implícita en todas las democracias. Y uno piensa que en esta vida hay valores que están por encima de los números y las mayorías. Hoy prohibimos el burka y, mañana, ¿qué?
No me gusta prohibir. Y más cuando existen normas en nuestro país que establecen el marco de convivencia. Para realizar la fotografía del Documento Nacional de Identidad hay que identificarse perfectamente. Y eso sirve para todo el mundo, sin distinción de raza, religión o cultura. Y, a requerimiento de las autoridades, hay que poder identificarse. Sin ningún tipo de discriminación.
Son las normas del juego, normas válidas para todos. Y, si alguna persona no las quiere, ya sabe, que cambie de equipo. O que las respete y acate mientras genera un consenso necesario para modificarlas.