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No tengo duda de que la Coca-Cola desaparecerá. Terminará cerrada, muerte, sin vida, inerte ante la competencia, cerrada. Pero la culpa no será de que se divulgue su fórmula secreta, ni de la competencia o de que se produzca otro refresco mejor, con más chispa y más vida. De hecho, lo hay (el agua, la sidra, la cerveza y el vino, así, sin forzar la máquina) y no logran desbancarla.
El mérito, en este caso demérito, será de la Coca-Cola.
Porque tú llegas al lineal del supermercado, o le pides a tu tendero de toda la vida, un Coca-cola y te responde si la quieres light, cero, doble cero o sin cafeína, coca-cola normal, con hierbas-green, light con cereza, light doble cero; cero con Puigdemont, normal edición vintage, las del nombre (ahí tienes que matizar el nombre y el tipo: cero, doble cero, light, sin cafeína, con azúcar o sin cafeína)...
Total, que después de quince minutos, o más, escuchando pides un botellín de agua, o estiras la mano y escoges el primer producto que encuentres, que igual no es Coca-Cola. Y de ahí al cierre, un paso. Seguro.
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