domingo, 15 de junio de 2014

La corrección como escritura


Supongo que a todos los que nos gusta escribir nos ha pasado. Al principio de nuestras aventuras literarias detestamos corregir. Es algo innoble, restará la pureza primigenia, el texto perderá fuerza. Cualquier argumento es válido con tal de no corregir y entregarse a la creatividad.
El tiempo y las lecturas demuestran lo contrario. Que es necesario pulir los textos, dejarlos reposar para que te indiquen el camino, para saber si puedes molestar o no con ellos a los lectores. 
Empiezas, entonces, a corregir. Pero es una fase de la escritura totalmente diferente a la creación original. Es más cansada y, hasta cierto punto, dolorosa. Obliga a romper páginas y páginas; a introducir variantes nunca previstas. Se asume como algo inevitable, pero aburrido y pesado.
Pero entonces llega un momento en que la corrección cambia su sentido. Se empieza a disfrutar con ella. Es una parte de la escritura tan divertida como la propia creación. Esta es un conjunto con diferentes fases y, olvidarte de la corrección, relegarla a un lugar secundario, implica el riesgo de no aprovechar todo el potencial de un texto.
Me ha sucedido con la corrección del Dietario. No sé si algún día verá la luz, pero ahora que estoy corrigiendo los años 2005-06 disfruto tanto como escribiendo el de 2014. Comparo la evolución de la escritura, del estilo; cambio, pulo y disfruto. Porque, al final, de eso se trata, de ser feliz.

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