Paseaba por Luanco cuando me acerqué hasta su Museo Marítimo, un espacio que bien merece una visita y que de forma periódica organiza exposiciones con éxito. Allí me sorprendió la frase pegada en su puerta principal: si no les gusta el Museo, le devolvemos el dinero. Así, con la gallardía propia de quien no teme a nada, del que ha vencido galernas y temporales.
Una propuesta que nos recuerda los peligros de mezclar el gusto con lo que, de suyo, es bueno o malo; la subjetividad con las categorías personales; en suma, el veneno del relativismo.
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