"¡Qué descorazonador es todo!". Con esta frase inicia, y cierra, Luis Miguel Rabanal (Riello, León, 1957) su Elogio del proxeneta (Ediciones Escalera, 2009) su primera incursión en el mundo de la narrativa, aunque el texto final ofrece numerosos rasgos de poesía, incluso uno se atreve a decir que roza ese territorio tan complejo y difícil de definir como la poesía en prosa. De hecho, aparecen en varios ocasiones una construcción de frases muy frecuente en su poesía, como es la utilización de un infinito seguido de dos complementos ("Mirar al mar con los ojos de mi hijo", cito de memoria uno de sus poemas), aparece en varias páginas al igual que frases que recuerdan el lenguaje poético como repeticiones para marcar un ritmo en la lectura, el uso de metáforas o numerosas figuras literarias.
Ese pórtico del libro no es baladí. En él resume la desesperanza y angustia que rezuma el personaje principal, el dueño de una casa de citas que, en su diario,ve pasar su vida y la enfermedad que termina matándolo.
El ambiente opresivo y una sexualidad omnipresente llegan a saturar en algunos momentos al lector. En ese momento, recurre a la ironía como vías de escape para el lector. Nada es ajeno a los dardos del autor, ni su propio mundo (no creo que sean casuales las referencias a Memé o Cáncer de invierno), el Franquismo, la República, la literatura, incluso su odiada Iglesia, a la que fustiga con dureza. Con todo, uno piensa que Luis Miguel Rabanal es más poeta que narrador. Al libro le falta dar un paso más, el mundo irreal debería ir más allá de esa sordidez en la que se desenvuelve, enriquecerse.
Elogio del proxeneta no es un libro fácil ni cómodo de leer. Pero que conviene descubrir, aunque sólo sea para no olvidar el dolor que nos hace vivos.
Post data
Existe un error conceptual en mi comentario. Los sentimientos de odio que se atribuyen al autor corresponden, en realidad, al personaje principal, al proxeneta que narra el libro.
"La utilización de un infinito". Eso sí que es poesía, Fernando.
ResponderEliminarInfinitivo, quería decir infinitivo. Gracias por la corrección, lafoca.
ResponderEliminarComo soy tímido, y los tímidos cuando quieren dejar de serlo se muestran excesivamente eufóricos, y a estas alturas del blog debemos estar ya solos, comento tan tarde (y bien por la posdata):
ResponderEliminarLMR es más poeta que narrador, desde luego, poeta de los que tienen la lengua como bandera, y hoy en día eso ya no se lleva (aún recuerdo con dolor el último recital poético que se recomendó en este mismo blog y al que asistí porque uno no tiene prejuicios, y así le va). Precisamente este motivo es el más poderoso, siempre según mi gusto, claro, de los vórtices sobre los que se estructura el diario. Tan importante me parece la potentísima prosa desatada en esta, sí, novela, a modo de diario, como el contexto (la ficción) en el que se desenvuelve el lenguaje y que para mi gusto, subjetivo, obvio, sí que traspasa ese mundo que llamas irreal (no recuerdo nada irreal, en el sentido de lo posible, también te digo) en esta entrada de tu blog.
Añado, que si el 'ambiente opresivo' y la 'sexualidad omnipresente' llegan a saturar es un logro en todo caso del autor y que remienda, como apuntas, con 'ironía' aunque eso se podría discutir, pero aun así se debe tener en cuenta que si el lector espera de la literatura bene-complacencia algo falla, opino yo. Y no quiero decir con esto que esa sea tu visión.
¿Pero le falta algo a la novela?
Desde luego que le falta algo y ese algo se llama mercado. Pero el mercado se autorregula, ¿no?
Pues ya está.
A este libro sólo le hacen falta lectores, no nos engañemos.
Y al autor fama. ¡Qué pijo (como dicen en Murcia)!
Un cordial saludo.
Gracias por tu comentario, Leo.
ResponderEliminarAsí da gusto tener amigos.Gracias a los dos.
ResponderEliminarLuis Miguel
Y también lectores, ¿no? Es curioso como la lectura une en la diversidad.
ResponderEliminar