El alumno salió a la pizarra y comenzó a escribir la palabra esclavo para, después, señalar sus sílabas. Escribió: Exclabo. El profesor le preguntó si estaba bien escrito. El alumno miró y exclamó: "¡Se me olvidaba!" antes de corregir su error. Y escribió: Hexclabo.
Esta escena fue tan real como el profesor de Biofísica porque suspender a la mayor parte de los alumnos porque desconocían los principios de su asignatura o los estudiantes que llegan a Filología sin saber lo que es una declinación.
Por ahí están algunos de los graves problemas de nuestra Educación, del futuro de España. Y, ante la incapacidad del actual gobierno para resolverlos y alcanzar un pacto de Estado que genere un modelo educativo estable y que asegure unos mínimos de formación comparables con los países de nuestro entorno (a no ser que nuestra idea del futuro sea formar mano de obra barata para atender a los jubilados alemanes), el Ejecutivo lanza la bola de humo de Educación para la ciudadanía. Y, unos cuantos, no sé si los más tontos o los más miopes, pican. Se quedan en los árboles y no entran en el bosque.
Cierto que generar un modelo educativo estable es complejo. No en vano, el modelo educativo es reflejo de la sociedad a la que se aspira y parece que, en estos momentos, existen diferentes ideas de sociedad bastante irreconciliables. Pero la importancia de lo que nos jugamos en este envite debe ser suficiente para tender puentes y alcanzar una respuesta que termine con el dislate en el que se ha convertido la educación en este país.
El gobierno lanza la polémica de la Educación para la ciudadanía y se olvidan barbaridades perpetradas y en marcha, como el recorte de las enseñanzas artísticas en la formación obligatoria. Más burros, preparemos más burros. ¿Es malo formar ciudadanos? No, es hasta conveniente, pero nuestra formación como ciudadanos es un proceso integral, presente en todas las materias. No tiene sentido poner en el grito en el cielo por una asignatura donde se quiere formar a la gente en la tolerancia, el respeto a la diversidad, incluso en el conocimiento de las instituciones democráticas.
La Iglesia y algunos obispos se equivocan con sus profecías apocalípticas. La Iglesia no es un sujeto político y, si quieren entrar en el debate político, que lo hagan con todas las consecuencias. Pero también deben saber que muchos de los que no sentimos Iglesia no participamos en ese debate, en esa alarma.
Preferíamos que desde su Magisterio se defendiese una reforma educativa más ambiciosa, donde hubiese una verdadera preocupación por la formación de todos los alumnos y un apoyo real a los buenos alumnos; donde el verbo recortar no fuese el sinónimo de cada reforma y donde se formase a los estudiantes en valores cívicos como el funcionamiento de las instituciones democráticas y el respeto a la diversidad de todo tipo: cultural, sexual, religiosa.
¿Y qué hacemos con la religión? La Fe, la formación en la Fe, la catequesis se debe quedar en las familias y en la Iglesias. No tiene sentido que en las Escuelas exista ese sucedáneo de Catecismo llamado Religión. Lo que se debería impartir, y como una materia obligatoria y evaluable, computable para las notas, es una materia que se podría llamar Cristianismo o Introducción al Cristianismo. Europa, nuestra Europa, desde la bandera de la UE (las doce estrellas dicen que se tomaron de la iconografía de la Asunción de la Virgen) no se pueden entender sin el cristianismo como realidad cultural, social y religiosa. Existe una serie de principios cristianos que, con Fe o sin ella, cualquier ciudadano debe conocer para poder ejercer un pensamiento libre, y por ello con capacidad de crítica, en la sociedad.
Y, para alcanzar esa reforma, ese gobierno que pretender a todos a ser buenos ciudadanos, debería dar ejemplo demostrando como se dialoga con todo el mundo, sobre todo con quién no piensa como uno.