lunes, 8 de enero de 2007

Se van las Navidades

Aún quedan por casa tabletas de turrón sin empezar, tenemos que ordenar los regalos de Reyes y hemos guardado los adornos que, durante los últimos quince días, llenaron nuestro hogar de renos, ángeles, misterios y bolas de diferentes colores.
Se terminan las Navidades. Unas fiestas que siguen siendo familiares y entrañables (aunque la palabra cada vez está más gastada) a pesar del malentendido laicismo que vamos soportando, sobre todo los que defendemos el laicismo.
No podemos olvidar que las Navidades son una fiesta de origen cristiano. De igual modo que los cristianos se apropiaron de una celebración pagana, el solsticio de invierno, para celebrar su gran fiesta: el Nacimiento de Dios, el gran Misterio (de ahí el nombre que se da al elemento central de los bélenes). Eso es lo que celebramos y lo que justifica la actividad cultural de todos estos días, cultural en un sentido amplio: la gastronomía, la música, los comportamientos... Ese cambio tan profundo se lo debemos a nuestra cultura cristiana.
Aquellos que tienen fe, recordarán el nacimiento de Cristo y lo celebrarán con alborozo. Los que no pensamos que haya nacido Dios, bien porque no puede nacer aquello que no existe, bien por falta de fe o de discernimiento de tan altas materias, tenemos una buena oportunidad para reflexionar sobre nuestro comportamiento con los demás, hacia nosotros mismos, hacia la propia sociedad y, a partir de ahí, ver cómo nos portamos.
Más allá de estas actitudes, es convertir las Navidades en unas fechas de felicidad para las grandes superficies y reducir nuestra condición humana a meros consumidores, servidores de la tarjeta de crédito y que deambulan por la vida a base de los impulsos publicitarios, sin ser dueños de nosotros.

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