Todos asumimos que la crítica es una parte fundamental de la razón política. Se critica la actuación porque daña intereses legítimos, se censura con la razón y se cuestiona al rival con el natural interés de ocupar su espacio, aunque eso suponga recibir futuras críticas.
Es parte del juego de la política. Todos lo asumimos, todos lo asumen y pagan su precio.
Aunque en ocasiones el peaje es excesivo. Es cuando la crítica conduce al descrédito del que la enuncia. En muchas veces es un caso de lo que podríamos definir como justicia poética. Sólo se recibe el descrédito cuando las tonterías que pronuncia lo convierten en merecedor de él. Como dirían los clásicos, en boca cerrada no entran moscas.
Sin embargo, uno de los misterios de la civilización moderna es porque existen políticos interesados en cimentar su descrédito día tras día.
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