Leyó el anuncio en el periódico. La adivina se presentaba como infalible, seriedad garantizada, toda clase de vaticinios: amor, dinero, salud… No dudó en acudir, tras concertar la cita telefónicamente.
Llegado el momento, se sentó frente a una mujer de cuarenta años, morena, con los ojos muy marcados por khol negro, labios rojos. Ella se parapetaba detrás de una mesa camilla, en una pequeña habitación en penumbra, iluminada con una bombilla de bajo consumo. Una colección de santos y velas completaba la decoración.
- Qué quiere saber
Él ya había pagado a la entrada, cincuenta euros por la sesión. El dinero lo recogió un joven mulato. Aunque carecía de razones, supuso que eran amantes.
- Mi futuro, me intriga saber lo que me pasará
- Siéntate, respira hondo y, cuando estés preparado, acércame una de tus manos. El futuro está en las manos.
- ¿Qué mano?
- Me es igual, leeremos las dos.
Se sentó. Cerró los ojos, respiró hondos y le acercó la palma de su mano derecha.
- Tienes trabajo, donde te esperan grandes éxitos. Estás casado, en tu pareja hay una crisis pero un largo viaje os ayudará a superarla. Tendréis dos hijos.
Retiró la mano y se levantó rápidamente. La adivina no se inmutó, ya estaba acostumbrada a esas reacciones.
- Tranquilo, es el futuro. Está en tus manos.
Sin responder, la agarró por el cuello y apretó hasta notar que la augur ya no respira. La soltó y cayó como una marioneta sobre la mesa.
- ¿Esto no lo viste?
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