El trabajo de escritor es cuestión de rutina. No deja de ser curioso que para crear mundos imaginarios, leyendas y sagas sea necesario introducir una dosis de rutina en la vida, asegurar un tiempo mínimo para poder trabajar en la historia, incluso para corregir el poema. O sentarse a ver las musas.
Durante mucho tiempo, Archipiélago dispuso de su propia rutina. Creo que ya la he escrito alguna vez. A primera hora de la mañana, con el segundo café del día cerca, era el momento en que uno soltaba los dedos sobre el teclado y escribía y escribía.
Después esa rutina desapareció. Y hubo que buscar otra nueva.
De la primera hora del día a la última: justo antes de acostarse, en la cama con el ordenador sobre un escritorio de plástico comprado en el Ikea. No era tan productivo como antes, pero se escribía con cierta frecuencia.
Hasta que una noche, no hace mucho, uno no escribió. Ni se acercó al ordenador. Se limitó a dormir. Y, al despertar, comprobó que había descansado como nunca, como hacía tiempo que no recordaba.
¿Será por no haber despedido la jornada con el ordenador? Había que comprobarlo.
El experimento se diseñó de forma sencilla: conservar los horarios, pero sin encender el ordenador. La despedida del día pasó a ser entre libros. Uno se acostaba a la misma hora, pero leyendo.
Y, al día siguiente, despertaba mucho más fresco; más descansado. Incluso desaparecían síntomas de cansancio que se llevaban antes con cierta resignación.
De esta manera, perdía una rutina y ganaba en descanso, calidad de vida.
Ahora se abre un nuevo reto: la búsqueda de esa rutina necesaria; del momento del día en que uno se pueda retirar para escribir.
Photo: http://blogdelordbyron.blogspot.com.es/2010/11/el-trabajo-del-escritor.html
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