Hace tiempo que las revoluciones no son lo que eran, o lo que deberían ser. El aburguesamiento comenzó con la toma del Palacio de Invierno, cuando los bolcheviques descubrieron que lo exquisito del caviar no era el producto en sí, sino que sólo lo disfrutasen unos pocos. Surgieron nuevas clases sociales, como el proletariado revolucionario que, aún hoy, se arrastra por las calles emocionado con las consignas creadas por la clase dirigente.
La revolución ya había fracasado cuando el Ché se convirtió en un icono de masas. El marketing le convirtió en un símbolo de algo, ahorrándole la incómoda fama asociada a su gusto por firmar penas de muerte y esparcir el dolor por el mundo. La imagen icónica permitió que Korda cobrase derechos de autor porque una cosa es ser revolucionario y, otra muy diferente, ejercer de tonto.
Sí, la revolución había fracasado hasta el punto que los días revolucionarios de ParqueAstur es una campaña más, como las rebajas de El Corte Inglés.
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