Son los inconvenientes de pagar una hipoteca. Uno no va al cine, se limita a ver las películas gracias al intercambio gratuito y al dvd. De esta manera, mis comentarios van con notable retraso y falta de sincronía con la cartelera. Todo esto viene para justificar que hoy escribo sobre Vicky Cristina Barcelona, que bien se podría titular Comer beber España porque uno tiene la impresión que, además del dinero para pagar la película, a Woody Allen le encanta España por todo lo que come y bebe en ella. En muchas de sus películas, especialmente las neoyorquinas, salen cenas en pequeños restaurantes, pero no recuerdo una de Allen en la que aparezcan tantas cenas y bebidas como en esta.
La actividad de Woody Allen asegura una película suya al año, como mínimo. A ese ritmo, es imposible mantener un alto nivel de exigencia. Así, en su filmografía se suceden unas cuentas obras maestras, muy buenas películas, buenas películas y mediocridades que, al lado de otros autores, son buenas películas. En este último proyecto incluiría VCB. Al guión le falta media cocción (para terminar de desarrollar su dialéctica entre dos formas de amor, en plan película moral a lo Rohmer) y a la película le sobran momentos patéticos como la llegada a Barcelona o a Oviedo, con una escritura visual más propia de documentales de los 70. Los mejores momentos son cuando se aleja del turismo y se centra en un ambiente urbano, aunque nos ha resultado mucho mejor su mudanza a Londres que a Barcelona.
Vi la película doblada, una lástima porque Penélope Cruz en ese tono barriobajero en inglés debe ser divertídisimo.
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