Tocaba ayer salir a aplaudir. Desde la ventana del salón se veía llover, una lluvia refrescante, ideal para salir a caminar y que subraya el verde de los prados asturianos. Es la primavera. Nuestros vecinos llevan el reloj adelantado y siempre empiezan unos minutos antes. De esa manera, si se nos pasa la hora, el palmoteo te recuerda la cita y, como casi todo en esta vida, vas si quieres. O no vas.
El caso es que fuimos y asomados a la venta lo vimos. Salía el arcoíris. Es curioso esto del arcoíris. Todos sabemos que es un fenómeno óptico. Lo tenemos tan asumido, que cuando llueve y hace sol sabemos que saldrá. Y aún así nos gusta verlo, nos sorprende, celebramos su belleza.
Aplaudíamos y nos emocionaba porque parecía un mensaje de esperanza. Los arcoíris dibujados por tantos niños con un mensaje de ilusión llegaban a la realidad y esta nos dice que todo iba a salir bien.
Pero lo que más ilusión hizo fue el efecto óptico del arcoíris saliendo de uno de los edificios más animados, donde hace unas semanas todos los vecinos salían a cantar cumpleaños feliz a uno de los niños que se encontraba confinado, como todos.
Y me pareció hermoso, muy hermoso todo.
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