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Existen tópicos que circulan por ahí y se asientan con éxito en el imaginario colectivo. Uno de ellos es esa frase del estercolero en el que se han convertido las redes sociales.
Mi impresión es que muchas personas dicen eso cuando en realidad quieren decir: en este mundo hay gente que no piensa como yo y lo dice; incluso se atreven a rebatirme.
También hay quienes disocian la realidad física y el espacio virtual, como si éste fuese una sublimación de aquel y las personas se expresasen en todo tiempo y momento como seres virtuales.
En realidad, las redes sociales, como Internet, no son más que una extensión del mundo real, donde las personas usan máscaras o no, pero que al final su comportamiento dependerá de ellos, no del medio en el que se encuentran. He encontrado a enmascarados con cuentas de imprescindible lectura y a gente que, con cara descubierta, no escriben más que tonterías.
Las mismas turbas que pueden cortar calles en Barcelona son las que pueden hacer el ruido en la red.
¿Convierte todo esto a Internet en un lugar peor que antes? No. Y soy tajante. En mis primeras navegaciones, allá por el 96, 97 del siglo pasado ya había anónimos maravillosos y odiosos.
Nada ha cambiado, tan sólo se hace más visible. Y, posiblemente, alguno vuelve a descubrir que la Arcadia feliz no existe, sólo la humanidad con sus glorias y miserias.
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