A lo largo de sus libros, Manuel García Rubio
(Montevideo, 1956) ha reflexionado sobre la sociedad con una mirada crítica para
denunciar los males contemporáneos. Una actitud que mantiene en su nueva
entrega, El mirofajo (Los libros del lince, 17,90 euros), un singular libro que demuestra que se encuentra en
plenitud creativa.
A partir del recurso del manuscrito encontrado, tan
antiguo como la propia literatura, Rubio presenta al lector una correspondencia
singular y que enlaza con una de las obras clásicas de la literatura universal.
Son las cartas recibidas por el niño que, en el cuento de Andersen, descubrió la
desnudez del emperador. El mirofajo empieza más allá de donde termina la
narración de Andersen: con el niño en un reformatorio y su padre, Kosyk, en la
cárcel por orden del emperador.
Desde ella le escribirá diferentes misivas en las
que reflexionará sobre el mundo. En sus escritos aparecen dos personajes
singulares: su compañero de celda, Karl, y el carcelero, Friederich, que se
encarga de hacerles la pena más llevadera. Los pensamientos de Karl y la actitud
de Friederich obligan a pensar en Marx y Engels, en uno de los múltiples guiños
de un texto lleno de ironía. No serán las únicas referencias en una narración
donde las alusiones son constantes, especialmente, a personajes de la cultura
alemana, como en la página 102, donde aparecen citados Böll, Grass, Hesse,
incluso Beckenbauer.
Los contenidos de las cartas evolucionarán a lo
largo del libro. Primero serán más genéricas. Después, cuando Koskyk conozca la
pena capital que le ha sido impuesta, acentuará los consejos sobre la vida,
sobre la forma de alcanzar el éxito.
Política, religión, economía, la organización
social son algunas materias de esa reflexión donde el autor evita los riesgos de
la pedantería o una avalancha de erudición que agote al lector.
Manuel García Rubio. Fuente: BiblioAsturias.com |
Las reflexiones son el pensamiento de Kosyk, lo
que explica ciertas incoherencias que, al terminar el libro, se entienden
perfectamente.?No queda ningún verso suelto y el final del libro ofrece la
moraleja a la que hábilmente nos conduce el escritor.
García Rubio se cita al principio para presentar,
siguiendo el modelo clásico, el texto descubierto, donde se incluyen seis
ilustraciones de Luis Pérez Ortiz que forman parte de las cartas originales.
El mirofajo es una invitación a la reflexión, al
sano ejercicio de las neuronas. El mérito de Rubio no consiste en limitarse a
ofrecer una serie de ideas morales, de preceptos y criterios sobre el bien y el
mal. El acierto de El Mirofajo es que, a la manera de Cervantes, toda la
novela ofrece una lección. El pensamiento y la acción de los diferentes
personajes, todos desde la voz única de Kosyk, constituyen la ejemplaridad que
busca ilustrar a Rubio que, a la manera de Swift, escribe del pasado para
reflexionar sobre el presente y enseñar deleitando, tal como elogia Julio Anguita en el epílogo.
Con todo, los méritos del libro van mucho más
allá. No se puede olvidar la capacidad de El mirofajo para alimentar el
debate, situar al lector frente a las ideas expuestas y reflexionar, bien en
solitario o debatir en la compañía de más personas cautivadas por la escritura
de Rubio. Que no serán pocas. Eso espero.
Publicado en el suplemento 'Culturas' de La Voz de Avilés-El Comercio el 5 de marzo de 2016. Página 5.
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