No deja de ser curioso la paradoja en la que vive el verano. Su iconografía nos lleva a playas desiertas, descanso, belleza...
Sin embargo, la realidad es bien diferente. Existen playas desiertas, es cierto; pero a ellas no suelen acudir el común de los mortales, que se concentra en arenales atestados de toalla, sombrillas; niños y mayores jugando a las palas,cometas y gritos.
El buen gusto desaparece y la calle se convierte en una pasarela de lorzas y grasa; cuerpos tatuados sin el menor sentido de la estética; olores y turistas invadiendo el descanso y destrozando la calma.
Si es la paradoja del verano que, todos nosotros, todos turistas, contribuimos a alimentar estío tras estío.
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