Esta semana, la Iglesia de Asturias ha sido noticia por la decisión del obispo, don Jesús Sanz Montes, de suspender las jornadas de pastoral educativa después de 22 años de celebración. Las primeras explicaciones quedaron rápidamente reducidas a excusas. Así, se habló de cansancio del profesorado (si fuese cierto, no se convocaban y se evitaba el problema) o alto nivel (peor me lo pones: ¿son tontos los asistentes o los organizadores?) Al final, el problema no fue otro que la disconformidad de algunos participantes, excesivamente heterodoxos, por no decir abiertamente contrarios al mensaje de la Iglesia.
Ciertamente, es un tema conflictivo. Uno considera que, efectivamente, una tribuna pastoral no debe cederse a personas cuya ideológica o mensajes sean abiertamente anticatólicos. Eso es evidente.
Pero aquí, aunque lleve el adjetivo pastoral, se habla de algo diferente. Es una jornada de formación del profesorado, de un espacio para la reflexión intelectual. ¿Expulsamos de ahí a los críticos, a los herejes, a los heterodoxos? Mal camino si se toma. Más aún en un tiempo como el actual, donde el reto de la Nueva Evangelización nos lleva al diálogo con personas que, con frecuencia, se enfrentan abiertamente a la Iglesia.
En esa situación, si se tiene confianza en los criterios propios, si la Fe se encuentra arraigada el diálogo con la discrepancia no puede ser sino enriquecedor.
Lo contrario es miedo.
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